domingo, 20 de outubro de 2013

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA.


"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LX: La Palabra Eterna



Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LX

LA PALABRA ETERNA


Yo soy Palabra y la palabra se comunica. Soy Palabra eterna, Palabra de Sabiduría que tiene virtud de penetrar y de obrar en las almas, por lo divino que lleva consigo, porque es la misma Divinidad con el Padre y con el Espíritu Santo

El Verbo es Palabra, porque es la voz de Dios, la voz del Padre, creadora y santificadora por el Espíritu Santo, quien la comunicó a los Apóstoles en Pentecostés.

Palabra que unifica, Palabra única, aunque con derivaciones y ecos íntimos infinitos eterna Voluntad, por donde se comunica a la Iglesia y a las almas.

Soy la Palabra eterna, la Palabra fecunda del Padre, su “fiat” sin principio, su eterna Voluntad, por donde se comunica a la Iglesia y a las almas.

Esta Palabra es Dios, es el Verbo por el cual se sube al Padre y se le conoce; porque nadie conoce al Padre, si no es por su Verbo y en su Verbo.

Soy Palabra sapientísima, fecundísima, y toda la sabiduría y la ciencia de la tierra tiene su principio en esta Palabra única en su esencia y fecundísima en la inmutabilidad de su ser. Y esta Palabra es la que habla sin sonidos; e ilumina, porque es Luz; y obra, porque es eficaz; y santifica y penetra, porque es divina.

Esta Palabra es penetrante y aguda como espada de dos filos que corta las tentaciones; es sublime por la naturaleza de su principio; es santa, porque viene de Dios; y es operativa, porque palpita y reside en el Corazón de Dios.

Por eso no quedará estéril esta Palabra para las almas sacerdotales. Todo lo que procede de Dios no es muerte, sino vida; no es estéril, sino fecundo. No es pasible esta Palabra, sino activa en su desarrollo, que despierta corazones y quebranta rebeldías, y arrolla tentaciones, y vigoriza y fortalece con su energía.

La palabra del hombre pasa y muere; la Palabra de Dios opera, y vive, y vuelve de donde salió llena de triunfos, porque es Palabra salvadora, Palabra de luz, de fuego, Palabra única, en donde se encierran creaciones y cuanto existe y existirá, porque esa Palabra es Dios.

También esa Palabra, que es el Verbo, es amor y no puede ser otra cosa, ni encerrar otra cosa, ni producir otra cosa, porque su sustancia es amor.

Con la profundidad de esa palabra escribirían miles y miles de libros que sólo tendrían una nota, un sonido, un sentido, ¡AMOR!

Amor dice siempre esa Palabra, Yo, en la multiplicidad de sus derivaciones; porque Yo soy amor, con el Padre y con el Espíritu Santo; y no puedo producir sino amor, siempre amor, amor en la unidad de la Trinidad.

Así es que todo lo que sale de Mí tiene espíritu y vida, por cualquier contacto que me comunique…Y Yo prometo que estas Confidencias del Corazón de un Dios hombre conmoverán y darán copioso fruto a mi Iglesia y una grande gloria a la Trinidad”



"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LIX: Quiere Jesús una reacción en los Sacerdotes actuales

Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LIX

QUIERE JESÚS UNA REACCIÓN EN LOS SACERDOTES ACTUALES


Quiero una reacción poderosa en los sacerdotes actuales, y para esta reacción le he ofrecido en estas Confidencias, poderosos medios para su perfecta transformación en Mí. Les ha dado mi bondad un impulso santo, he iluminado su camino y enardecido sus corazones haciéndoles patente mi infinito amor y predilecciones sin nombre.

Y aun para darme futuros sacerdotes santos según el ideal que persigo, los sacerdotes presentes deben formar ese ideal en sí mismos; deben perfeccionarse más y más en su transformación en Mí, ahondar los puntos de intimidad Conmigo, de recogimiento y oración, de pureza de alma y de mortificación, de hijos perfectos de María, ser otros Jesús en la tierra, formar en la unidad un solo Jesús Salvador Conmigo.

Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificamos al Padre en una sola alabanza, y con las almas formaremos una sola unidad perfecta en la Iglesia que debe honrar a la Trinidad.

Ya toda la Trinidad se goza viendo presente esa unidad, esa transformación de todos los sacerdotes en el Sacerdote por excelencia, único digno de ofrecerse al Padre, de glorificar al Padre; pero todos los sacerdotes en Él deben formar ese UNO con Él que es el fin del cristianismo, del Evangelio, de la misión divina que me trajo al mundo: unificar todas las cosas en el UNO en esencia; traer lo divino de las almas a lo divino; volver a Dios lo que es de Dios; todo lo demás es secundario, es medio para llegar a este fin.

Todas las almas deben formar esa comunidad; pero, ¡Cuánto más los sacerdotes, unos Conmigo y destinados a formar un solo Cuerpo en Cristo, una sola alma en el Espíritu Santo!

Nadie se puede dar cuenta de las fibras que toquen estas Confidencias amorosas de Jesús; nadie puede medir el bien que harán; porque no son palabras que pasan, sino palabras con virtud, operativas en los corazones, palabras que penetran, convierten y transforman; porque no son humanas, sino nacidas del amor y brotadas del infinito amor.

…Resonarán estas palabras en muchas almas de sacerdotes que, activarán su perfección y transformación en Mí y me darán gloria.

…Que oren por los sacerdotes, que se sacrifiquen por ellos en mi unión; y por este medio, con María, se apresurará la realización de mis deseos en mis sacerdotes y en mi Iglesia.

El mundo se hunde, porque faltan sacerdotes santos que lo detengan; las almas se pierden por falta de sacerdotes transformados en Mí que les salven; la Iglesia necesita de este impulso regenerador y espiritualizador que la sostenga, porque la ola furibunda de la sensualidad y malas doctrinas pugna por materializar a las almas y arrancarlas de su seno.

Llora la Iglesia la pérdida de muchos de sus hijos arrastrados por la corriente impetuosa del infierno; y solo los sacerdotes santos, los sacerdotes Yo, los sacerdotes Jesús, unos Conmigo, podrán hacer frente a ese mundo de vicios y desenfrenadas pasiones que apartan los rebaños de la Iglesia y de sus Pastores.

Yo he prometido ayudar a esta reacción y volver al mundo en mis sacerdotes, para luchar cuerpo a cuerpo con el infierno y volver a triunfar con la Cruz, con mi Corazón, con el Espíritu Santo y con María.

Pero necesito obreros santos, transformados en Mí, instrumentos dóciles en mis manos, corazones dispuestos a mi Voluntad, almas de fuego que, sin respetos humanos y con el Evangelio y el amor en el pecho, levanten muy en alto mi estandarte, que es el de la Cruz salvadora, y restauren todo, y alcancen a unir los corazones en la unidad de la Trinidad”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LVIII: Encarnación mística.

Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LVIII

ENCARNACIÓN MÍSTICA


Voy a hablar ahora de ese amor divino de paternidad que me enajena, que me subyuga, que me hace estremecer aun en mi ser de Hombre-Dios y que hace la eterna felicidad del Verbo: ¡el amor de mi Padre!

Esa fibra de ese amor, ese reflejo del amor del Padre al Verbo, ese germen santo de su fecundidad que ha puesto en el alma de las encarnaciones místicas, me atrae, me enamora, y en la tierra causa mis más especiales delicias.

Claro está que como Dios nado en el mar sin fondo del amor incomprensible del Espíritu Santo, y que soy feliz, infinitamente feliz en ese amor que une y que contiene todas las delicias de la Trinidad. Claro está también que no necesito, como Verbo, más amor, que el amor eterno, que el amor increado, que el infinito seno de mi Padre en donde todas las venturas existen.

Pero no solo soy Dios, la segunda Persona de la Trinidad, sino que soy Hombre-Dios; y como Hombre quiero y necesito caricias humanas, ternuras humanas, aunque divinizadas; y ninguna más sobrenaturales que las de las almas que reciben la insigne gracia de la encarnación mística; ningunas más puras y legítimas y santas que las nacidas en el reflejo de la fecundidad del Padre, que comunican al alma el matiz y colorido, y algo, en cierto sentido, del amor mismo del Padre.

Sólo por esto me complace ese amor, aun en María, por lo que lleva de mi Padre, por lo divino de que ese santo amor está impregnado, por lo tierno, por lo puro, por lo santo, aunque nacido en el corazón humano y con todo el reflejo humano.

Yo soy amor, y sin embargo, busco amor. Yo no puedo producir más que amor, y toda mi vida en la tierra no fue más que un acto de amor continuado, de amor en diversas formas.

Y todavía en el esplendor de la gloria me gozo en mi naturaleza humana, en mí ser de Hombre-Dios, complaciéndome como Hombre en el amor y en las delicadezas del hombre.

Toda la Trinidad en sus relaciones personales y en su acción creadora y efusiva en todas las cosas, no pueden ser sino amor, amor uno en donde se encierran las causas y las cosas. Y el Padre es amor, y Yo soy amor, y el Espíritu Santo es amor, y en mi humanidad sacratísima soy amor. Y el desequilibrio del hombre solo consiste en apartarse de esa unidad de amor.

Y por eso puse en el mundo a mi Iglesia, toda amor, para que abarque a todas las almas del mundo en su seno amoroso, con el concurso de los sacerdotes que forman y que deben ser todo amor.

Pero no quiero apartarme del punto con que comencé, del amor que se deriva de las encarnaciones místicas que mis Obispos y sacerdotes deben tener en más o menos grados.

Cierto que con mis sacerdotes tengo una fraternidad especial por ese vínculo en María y por tener un mismo Padre que está en los cielos; pero en razón del sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder como de concebir, en cierto sentido, al Verbo hecho carne, en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, mi Pasión y muerte. Por esto mismo y por la gracia insigne que reciben (en este mismo misterio del Altar) de la fecundación del Padre, tienen –en cierto sentido también- el derecho como de maternidad con Jesús, porque lo hacen presente en el Altar, no solo místico, sino real y verdadero en cada Misa, en cada hostia consagrada, por las palabras creadoras y operadoras de la consagración, que traen consigo la fecundidad del Padre, por la que se efectúa el milagro palpitante y real de la transubstanciación.

Cada Obispo, cada sacerdote participa en cierto grado y sentido de la maternidad de María, de la maternidad de María, de la paternidad del Padre, del asombroso prodigio obrado por el amor, solo por el amor, del Espíritu Santo, concurso indispensable para este fin.

Así es que todo sacerdote que reproduce a Cristo lleva el reflejo de María más marcado que nadie; y por tanto, debe ser como un trasunto de María, la criatura de la tierra más transformada, puede recibir ampliamente la encarnación mística en su Corazón; y el sacerdote está obligado, por esta circunstancia más, a transformarse en Mí, si tiene que ser María, si quiere acariciarme con la ternura y el amor y pasión divina y humana de María.

Y en esto no piensan mis sacerdotes; es un secreto más para obligarlos a su transformación en Mí y a que busquen con ardor la perfección por su unión con María, por la unión inefable y pura e indisoluble con el Verbo, por su amor inmenso al Padre, ofreciéndose y ofreciéndome en sus manos puras, como María en la Presentación, como María en el Calvario, como María en todos los pasos de mi vida, especialmente en éstos que he señalado por ser pasos o elevaciones sacerdotales.

¡Oh, si mis Obispos y mis sacerdotes reflexionaran en estas verdades que los envuelven, en estos esplendores que los alumbran y en estos misterios que los penetran, cómo ensancharían sus almas y recibirían humillados y agradecidos el don de Dios!

Cierto que el germen de esta gracia insigne la tienen todos los sacerdotes, la llevan en su sangre, por decirlo así, al recibir la ordenación, el Soplo fecundo del Espíritu Santo; porque ese Soplo siempre produce o comunica al Verbo, única cosa que Dios puede producir, y en el Verbo a todas las cosas. Pero este germen se desarrollará más y más por las gracias especiales y gratuitas del Espíritu Santo. Llevan los sacerdotes el germen; pero el desarrollo de esta gracia solo efectúa el Espíritu Santo, y exige del alma ciertas condiciones, y extiende su realización, plena y su eficacia como don regalado al alma escogida a quien place darlo.

Pero a pesar de esto, todos los sacerdotes tienen obligación de cooperar al desarrollo del germen de esta gracia en sus almas para su propia santificación y bien de otras muchas almas.

Que mis sacerdotes se empapen de estas verdades íntimas, que las mediten despacio en el interior de sus corazones para agradecerlas primero, y después para utilizarlas; y que dilaten sus almas para su transformación en Mí, para complacencia del Padre y para gloria de la Trinidad”.


"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LVII: Respeto a los Sacerdotes

Mensajes de Nuestro Señor

Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LVII

RESPETO A LOS SACERDOTES


Hasta para el respeto que deben tener los fieles al sacerdote es conveniente su transformación en Mí. El sacerdote por su dignidad se eleva sobre el común de las demás gentes, y es una insensatez, una desgracia lamentable y hasta puede ser pecaminosa, que arrastre esa dignidad por los suelos y que se aseglare. Aunque joven, debe portarse el sacerdote como quien es, y no ha de rebajar su vocación ni degenerar la dignidad que el Espíritu Santo le confirió.

Nunca orgulloso, pero si digno, puesto que me representa; siempre afable y humilde, pero conservando una prudente distancia, sobre todo con personas de otros sexo. Nada de familiaridades que repugnan a su condición de sacerdote.

Puro, recto, inflexible en lo que no debe ser; y suave y armonizador y conciliador en los casos en que mi doctrina y mi moral no sufran menoscabo. El tino que el sacerdote debe tener en el trato y en los negocios debe pedírselo al Espíritu Santo. Él es el gran Regulador y amable Conciliador que une y santifica.

El sacerdote debe esparcir a su alrededor la unción de que debe estar lleno, y entonces la malicia de los mundanos y las ocasiones peligrosas se estrellarán, y los nubarrones y tentaciones de Satanás se desharán al tocarlo. Un sacerdote transformado en Mí será impenetrable a los dardos del enemigo; lo acometerá de mil modos, lo tentará en mil formas, pero como Yo, vencerá las tentaciones y el demonio quedará corrido y avergonzado.

Bastaría la virtud y la unción del Espíritu Santo que el sacerdote recibe en su ordenación para ser invulnerable; porque esa unción especial lo blinda como con una coraza para que el mal no lo penetre. Pero el mundo y la carne, esos enemigos consentidos por Él, rompen ese impermeable divino, y por ahí se cuela Satanás –que siempre acecha al sacerdote- y lo penetra, y lo avasalla, y lo hace suyo, y aleja a su antagonista que es el Espíritu Santo. Los más opuestos polos, los más grandes enemigos son el Espíritu Santo y el Espíritu diabólico que luchan constantemente en las almas, especialmente en la de los sacerdotes. El bien y el mal continuamente luchan en el corazón del sacerdote, pero este tiene mayores medios, más poderosas armas para triunfar.

Por eso en sus caídas los sacerdotes son más culpables, porque si bien son hombres, también han recibido insignes gracias y están en contacto continuo con la Trinidad. Y ¡qué triste es que por los escándalos culpables los sacerdotes desciendan, a las miradas de los fieles, del pedestal en donde la Iglesia los tiene! Deben reflexionar que, si ellos no son lo que deben ser, los fieles juzgan no a los individuos solamente, sino a mi Iglesia, digna de todo respeto y honor.

Pero todo eso se acabaría, si los sacerdotes se transformarán en Mí; entonces se tendría a mi Iglesia en la altura en que debe estar y su atracción sería más poderosa y la acción del sacerdote en la sociedad y en las almas mucho más fecunda, y brillaría el sol de mi Iglesia sin manchas ni desperfectos, y honraría siempre a la Trinidad.
En este punto del respeto a mis sacerdotes no se piensa mucho, y se desprecia a mi Iglesia y hasta se burlan de Ella los malos, por la culpa de los sacerdotes que con su conducta ligera e indigna le denigran los primeros.

También se predica poco la dignidad y origen divino de mi Iglesia, y muchos ignoran lo que vale, lo que es y los tesoros inmortales que contiene. ¡Cuántos la ven como una sociedad cualesquiera sin escuchar sus enseñanzas ni apreciar los misterios y sublimidades de que está llena!

Es mi voluntad que se prediquen sus excelsitudes y que se den a conocer más y más sus grandezas.

Pero que los sacerdotes correspondan con su conducta exterior al rango sagrado a que pertenecen. Si Yo soy digno de honor y de respeto, mis sacerdotes lo son también, porque me representan y deben honrar a la Iglesia por su santidad y transformación en Mí. Encargo mucho a quien corresponda este punto muy poco estimado por los fieles, si, pero con mucha culpa de mis sacerdotes, el de la falta de respeto a ellos, y en ellos a mi Iglesia y a Mí.

Deben darle lustre al nombre que llevan, a la más que nobleza que representarme a Mí en la tierra. Y si lastima hondamente a mi Corazón cualquier desprecio o injuria a mis sacerdotes –más que si fuera a Mi mismo-, mucho más me duele que den ocasión a mis sacerdotes a murmuraciones y a juicios merecidos por su innoble conducta y por su más que roce con los mundanos, impropio de su dignidad.

Este defecto que parece de poca monta no lo es, por razón de que baja el nivel moral, espiritual y respetuoso en los fieles, y aumenta la indiferencia, cuando menos, a los sacerdotes que a mi Iglesia representan.

Lejos de Mí –toda caridad- el que sean altaneros y soberbios mis sacerdotes; pero tampoco quiero que denigren su dignidad, que la rebajen de mil maneras que ellos saben y que repugnan con el origen divino y santo de su vocación. Un exterior de paz, de dulzura, de caridad que deben presentar mis sacerdotes, a la vez que deben guardar cierta distancia, sobre todo, repito, con personas de otro sexo. Nada de familiaridades que desvirtúen el carácter serio del sacerdote; nada de nivelarse con la vulgaridad de las personas mundanas; sino que, conservada la distancia que debe mediar, sean, a la vez que amables, discretos; a la vez que atractivos por virtud, serios; a la vez que bondadosos, dignos; sin faltar a la pulcritud cristiana, caridad y cordialidad.

Que en sus conversaciones siempre mezclen a Dios; que en sus juicios y apreciaciones se trasluzca la caridad de Cristo; que la igualdad de carácter distinga, sin preferencias por los ricos; que sacrificios y abnegaciones sean de igual interés para todos.


Que vean almas y no nacionalidades ni categorías; que tengan un solo corazón, el mío, para enjugar todas las lágrimas, consolar todas las penas, y sobre todo que sean otros Yo; y con esto sólo todo lo tendrán para su santificación propia y para llenar su misión divina en las almas que les he confiado; y que unidos e identificados Conmigo, ellos y las almas, alcancen el fin e ideal de mi Padre amado; la perfecta unión por medio del Espíritu Santo en la unidad de la Trinidad”.



"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LVI: El Espíritu Santo.

Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LVI


EL ESPÍRITU SANTO


Y es un hecho que hasta allá puede llegar un sacerdote transformado en Mí, hasta ese grado de elevación, hasta fundirse en la Trinidad, pasando por Mí, Jesucristo, Dios y hombre; porque nadie sube al Padre ni lo conoce, si Yo no se lo doy a conocer.
Al transformarse el sacerdote en Mí, no solamente se transforma en el Jesús hombre; sino que –como Yo soy Dios hombre y el hombre en Mí no puede separarse de lo divino-, se transforma también en el Jesús divino; porque aunque en Mí hay dos naturalezas, sólo hay una persona divina que envuelve a esas dos naturalezas, que las penetra, que hace de Mí un Ser divino y humano.
Y las obras que como hombre hice en la tierra, si tuviera virtud, fue por lo divino que hay en Mí; porque Yo no podía obrar solo como cualquier hombre, sino como Dios hombre, sino como hombre Dios, que al tomar la naturaleza humana, sin dejar la divina, quise endiosarla, atraerla, purificarla y, por lo divino que hay en Mí, salvar al mundo.
El sacerdote por sus virtudes, por su fraternidad divina Conmigo, debe transformarse en Mí, imitándome como hombre (lo que con mi cooperación alcanzará); y entonces no solo alcanzará a convertirse en Mí, hombre, sino en Mí, Dios hombre, participando más que nadie de lo divino que hay en Mí; y por esto, sólo por esto, agradará a mi Padre, glorificará a mi Padre, por lo divino que ha recibido de Mí (recibiéndolo Yo antes de mi Padre).
Y sólo así será perfecto y digno sacerdote acreedor a la herencia del Padre y a sus ternuras, por ser uno con su Hijo y por la Divinidad comunicada –en el sentido que he explicado- uno con Dios trino y uno, perdido, por una especie de mística transubstanciación en Mí, en el océano infinito de la Divinidad.
Si el sacerdote alcanza fruto en las almas no es por él, por sus dotes naturales, sino por lo divino y sobrenatural que hay en él de Mí; tanto más moverá y tantas más almas salvar y perfeccionará, cuánto más perfecta y elevada sea su transformación en Mí, Dios hombre.
De hombre no debe tener el sacerdote más que la figura; un cuerpo perfecto y santo, como Yo; figura perfecta que salió de las manos de Dios al crearlo; pero en él debe desaparecer lo natural, la parte animal, sustituyéndola -¿quién lo creyera?- el Espíritu Santo. Este debe ser su espíritu como fue el mío, este su movimiento interior y divino, éste su ser de sacerdote santo en el Espíritu Santo. Porque solo por el Espíritu Santo recibe el hombre lo divino; Él es el canal de mi Padre para derramar la vida de la gracia, esa vida inmortal (aparte de la natural), la que salva, la que vale, la vida verdadera, la que santifica, ¡la divina!
Solo el Espíritu Santo hace santos a los sacerdotes; solo ese divino Espíritu los eleva de lo terreno a lo divino, solo Él es capaz, con su Soplo, de impulsar a las almas sacerdotales a lo heroico, a lo sublime de su vocación. Él es el eterno lazo, deleitable y candidísimo, que une eternamente a la Trinidad, y el lazo también, la cadena dulce y amorosa que debe unir suavemente, como todo lo de Él, a los sacerdotes en Mí, para llenar ese infinito deseo de mi Padre, la unidad en la Trinidad, por el Espíritu Santo y por Mí.
No hay otro elemento mayor para alcanzar la unidad en los Obispos y sacerdotes entre sí, como el que forma parte de la unidad divina, el Espíritu Santo. Él es la Unidad misma que forma el amor, y el que produce la caridad, y que fusiona las almas en Dios. Él es quien por el amor comunicable, hace arder, y el que consume en el volcán de la infinita caridad todos los desperfectos y miserias humanas del sacerdote. Él es el gran fuego devorador que purifica en el crisol del amor todas las imperfecciones. Él es luz sobrenatural y esplendente que alumbra el interior de los corazones, luz de justicia y de caridad que hace cambiar el rumbo desordenado de prejuicios y nocivas interpretaciones. Él es pureza que ahuyenta con su contacto toda malicia, y la paz por excelencia que tranquiliza las conciencias turbadas por las pasiones.
¡Oh! ¡Cuánto ansío el reinado perfecto del Espíritu Santo en el Corazón de los míos!, ¡ese reinado interior en el alma de mis sacerdotes en donde tenga Él su asiento y su nido! Y si son otros Yo, deben mis sacerdotes tener el mismo Espíritu que Yo, el Espíritu Santo.
Mis sacerdotes más que nadie (y con razón, si los poseyó en la tierra el Espíritu de Luz) conocerán mis perfecciones infinitas; más que nadie se abismarán en las internas regiones de la Trinidad; más que nadie conocerán al Verbo y con el Padre en sus arcanos infinitos; más que a nadie le descorrerán los velos de los misterios; serán acreedores a más y más conocimientos y luces y ensanchamientos divinos; se sumergirán más que nadie en el profundo océano de mis atributos, en goces sempiternos más finos y delicados.
Pero el fondo sin fondo de los abismos y hermosuras inenarrables de Dios solo lo conoce Dios, solo puede soportarlo Dios con la infinita potencia de su Poder, sólo Él sostiene lo íntimo e infinito de Él; y esas bellezas indescriptibles y esos arcanos insondables para una potencia que no sea infinita, y toda la dulzura de los deleites de la Trinidad, que no existen palabras en el mundo que las describan, eso solo Dios lo puede resistir, solo su Potencia divina tolerar.
Mil soles serían oscuridad ante su luz, mil cielos serán sombra en comparación de esas inefables suavidades y deleites de la Divinidad en Sí misma, en el fondo sin fondo de la inmensidad de su Ser, Sólo Dios resiste a Dios. Y tan grande es el Padre como el Hijo y como el Espíritu Santo; y tan infinito y tan divino y tan Dios es el uno como el otro. Sólo sus irradiaciones forman la bienaventuranza eterna; solo una gota de su dulzura derretiría miles de mundos y corazones; solo un rayito de su fuego incendiaría la creación eterna.
Dios, con todo su poder infinito, sólo Él puede contener los torrentes de Dios que quieren y tienden a desbordarse; y los detiene, porque arrollarían mundos y corazones y cuánto existe. Regula en su Sabiduría infinita lo que ha de dar y lo que el cielo junto y cada alma pueden soportar.
Por eso ni los sacerdotes creados ni ningún ángel ni alma ni cosa creada podría penetrar sin liquidarse en el Santuario íntimo de la Trinidad, en las regiones internas; y solo las tres divinas Personas increadas pueden resistir las hermosuras, las suavidades y dulzuras y emanaciones purísimas y santísimas de la Trinidad en Sí misma.
Porque, todos estos abismos, estos Soles de luz, estos torrentes y mares sin fondo de amor, de gracia, de substancia de Dios, de Dios mismo –que refleja en Sí todos sus atributos y bellezas y hermosuras y encantos…- todo esto no sale de Dios; se multiplica dentro de Sí mismo, en su unidad, en un solo punto de unidad, en un solo punto de esa unidad inmensa, infinita, eterna, que produce y reproduce sus primores, sus divinas bellezas, sin salir de la unidad.
Figurémonos una hermosa fuente con juegos de agua encantadores, que después de deleitar, vuelven a formar la misma agua de la fuente sin salir de ella. Así es Dios; ese flujo y reflujo de perfecciones van de una Persona divina a la otra sin salir de una sola sustancia, y las embelesan, y las recrean, y las hacen felices, volviendo aquella multiplicidad de hermosuras ahí de donde salieron.
¡Qué grande es Dios…!
Pero no porque es tan grande Dios, quiero que las almas se retraigan. Porque ¿no soy también hombre?, ¿no expliqué ya que siento como hombre, que cargué las miserias del hombre, que me hice Niño por el hombre y que morí por el hombre; que oculto mi Divinidad para que me toque el hombre y me mire en algo material, como en la Eucaristía; que me gozo en morar con el hombre hasta el fin de los siglos?
Que no me tengan vergüenza, sino amor; de eso tengo sed, de amor humano.
Sin duda que me basta el amor divino; y no solo me basta, sino que soy el mismo Amor, con el Padre y con el Espíritu Santo. Pero me hice hombre por hacer feliz al hombre, por llevarlo a Dios, a la Divinidad; pero como hombre, quiero amor de hombre, caricias humanas, ternuras humanas…”

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LV: Unificación.

Mensajes de Nuestro Señor

Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.
("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LV


UNIFICACIÓN

Cierto que soy Dios, pero también soy hombre, y quise cargar las miserias del hombre, llorar como el hombre, y estremecerme con las mismas penas y gozos del hombre. Así es que aunque esté en el cielo, sé agradecer, se sentir y conmoverme; porque la sensibilidad del hombre, afinada y divinizada, la llevo Yo en mi alma, en mi Corazón, en todo mi ser.
Al tomar la naturaleza humana, tomé el amor al hombre, por llevar la sangre del hombre, la fraternidad con el hombre; y unidas las dos naturalezas, la divina y la humana, divinicé –con el contacto del Verbo- al hombre, elevándolo de lo terreno para que aspirara al cielo. Pero entre todos los hombres distinguí a los que debían ser míos, otros Yo, que continuarían la misión que me trajo a la tierra, y que fue llevar a mi Padre lo que de Él salió, almas que lo glorificaran eternamente.
Los sacerdotes, por su origen divino en el seno del Padre y por su fraternidad Conmigo en el seno de María, son mis consentidos en la tierra y aun en el cielo. A ellos busca mi Padre en Mí, y a Mí, en ellos; y si ama tanto a la Iglesia, es por su Verbo; y si envió a ella al Espíritu Santo es para que fuera su alma y su vida, es por su Verbo; y si distingue entre todos los mortales a sus sacerdotes, es por su Verbo; porque no ve en ellos a muchos sacerdotes, sino a un solo Sacerdote, a otro Yo, unificado –con ellos en Mí- en la Trinidad.
Y para ver en todos a un solo sacerdote en Mí, claro está que la semejanza y la identificación de ellos en Mí debe ser perfecta. Y ¿Cómo? Por medio de su transformación en Mí, por el parecido interior con mi Madre de quien son hijos, más que todos los hijos.
¡Qué grande es el sacerdote!, ¡qué prerrogativas tan singulares sólo concedidas a él por el origen divino de su vocación, por el germen divino sacerdotal que, con el Verbo y por el Verbo, Dios puso en el seno de María Inmaculada; germen bendito y sacerdotal en Mí, el sacerdote único, eterno y por excelencia, de donde se derivan todos los sacerdotes, que tienen –por su transformación en Mí- que ser unos Conmigo, en la perfecta unidad de la Trinidad.
Este fue el ideal de mi Padre al darles tan elevado origen, ése fue el plan preconcebido eternamente por Él de la fecundación de la Iglesia: multiplicar a su Verbo único en los sacerdotes, sin que saliera de su unidad con el Padre y el Espíritu Santo, haciendo a todos los sacerdotes uno con Él.
Cómo en la Eucaristía, que en cada hostia, en cada partícula estoy yo; así –en cierto sentido- en cada sacerdote estoy Yo y en miles de sacerdotes. Ellos serán como distintas especies, como las hostias; pero en todas y en cada una solo habrá una sola sustancia, el Verbo, hecho hombre en ellos.
El sacerdote debe ser una hostia viviente que me contenga; o más bien, una hostia Yo, transformado en Mí, y todos los sacerdotes del mundo han de formar un solo Jesús; que en realidad de verdad, Él es el Dueño, el Legislador, la Cabeza de ese Cuerpo místico, que es la Iglesia, y quien le da la vida, y la conserva por el Espíritu Santo para la gloria del Padre.
Esa unidad falta; falta ese pensamiento de la unidad en Mí y de todos en la Trinidad. Hay muchos miembros de ese Cuerpo místico dislocados, torcidos, desunidos, que hay que volver a su Centro Yo, transformados en santos con el Santo de los santos.
Y cómo Yo, el Verbo no soy solo, sino una sola Divinidad con el Padre y con el Padre y con el Espíritu Santo, al transformarse el sacerdote en Mí, en más o menos grados, Conmigo se transforma en la Trinidad, es decir en la fecundación comunicada del Padre, en los sentimientos del Hijo y en la caridad del Espíritu Santo. Al sacerdote entonces, por virtud de su transformación en Mí, lo envolverá, lo penetrará el reflejo de la Trinidad y se endiosará; porque el reflejo de Dios es Dios mismo.
Y aquí hemos llegado al punto final de la transformación en Mí, a lo más elevado de ella, a la perfecta unidad en la Trinidad. Aquí está también el secreto de la atracción del sacerdote respecto de las almas, de la fecundidad de su apostolado, de la comunicación de pureza, de unión, de luz, de virtudes, de lo divino; porque no es el sacerdote el que vive, sino Yo en él con todas mis virtudes, carismas y dones, y aun con la comunicación de los esplendores eternos de la Trinidad.
Hasta este punto final de la fusión de las almas sacerdotales con Dios y en Dios, quiero que lleguen mis sacerdotes. Este es el punto final de la más elevada unión y del ideal bellísimo de mi Padre al engendrar a la Iglesia eternamente, en su entendimiento, con todos los miembros que la formarían, hasta endiosarlos por medio de su transformación en Mí, Dios hombre. Éste fue también el hermoso ideal del Padre al engendrar en María al Verbo, por medio del Espíritu Santo, éste fue su fin: no hacer muchos dioses, sino un solo Dios de todos los sacerdotes en Él, por su unidad perfecta en la Trinidad.
¿Se ve ahora claro por qué tiendo en estas confidencias a esa unidad eterna?, ¿por qué quiero a mis sacerdotes unos Conmigo y tan hechos Yo en Mí, que nos perdamos todos en la Trinidad, volviendo al seno santísimo y divino del Padre, en donde fuimos –ellos y Yo, con la Iglesia –eternamente engendrados?
¿No es de justicia que Yo anhele y pida en estos últimos tiempos del mundo la reacción por fin de mis sacerdotes en Mí, por puro amor y con el objeto de volver al Padre lo del Padre, lo suyo, a su Jesús ya no solo, sino a todos los sacerdotes en Él, formando un Salvador único –los sacerdotes en Mí-, con todos los sacerdotes transformados?”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LIV: El gran medio para la transformación.



Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LIV

EL GRAN MEDIO PARA LA TRANSFORMACIÓN


A las almas sacerdotales son a las que más amo en la tierra por el reflejo que en sí llevan de la fecundación de mi Padre: en El los amo y por Él los salvo. Esas almas llevan en sí el germen comunicado del cielo para reproducirme a Mí en las almas; y por Mí las virtudes que deben santificarlas y salvarlas de mil peligros que Yo sé.

Pero las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, renunciándose y ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo, dentro de mi Iglesia y doctrina.

Hay almas sacerdotales consagradas con la unción sacerdotal; y también en el mundo hay almas sacerdotales que aunque sin la dignidad o consagración del sacerdote, tienen una misión sacerdotal, porque se ofrecen en mi unión al Padre para la inmolación que a Él le plazca. Estas almas ayudan poderosamente a la Iglesia en el campo espiritual y tendrán en el cielo un especial premio. Pero también para estas almas es indispensable su transformación en Mí.

Y ¿cómo se opera más perfectamente la transformación? Por la encarnación mística, la cual todo sacerdote debe llevar de una manera muy honda, muy íntima y muy familiar, aunque respetuosa, puesto que en el Altar la opera diariamente en el sacrificio de la Misa.

Ahí encarna al Verbo –por decirlo así-, en cada hostia consagrada que transforma, por la transustanciación, en Jesús; pero como entonces, él es Jesús, queda en su alma la estela de esa encarnación que el sacerdote debiera guardar en su corazón con todo el ahínco del amor, con toda la fuerza de su fervor, con toda la avidez de sus deseos, con toda la ternura humilde de su maternal cariño.

En cierto sentido, el sacerdote encarna a Jesús en la hostia; más como el sacerdote se vuelve Jesús, al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima, también se ofrece. Y cuando pasa el sacrificio, queda Jesús encarnado místicamente, Jesús haciéndose al sacerdote Jesús, por la unión transformante que es la encarnación mística en mayor o menos escala.

Sólo que el sacerdote no se da cuenta, no se hace el cargo; pero ninguna alma como la del sacerdote tiene la propiedad –por la gracia de estado, o sea por la unción recibida del cielo en su ordenación-, de encarnar místicamente al Verbo en su alma para su perfecta transformación; y la transformación atrae la encarnación mística en más o menos grados.

Este es el más poderoso y santísimo medio en el sacerdote para su transformación en Mí; porque al poseer el Verbo al alma, el alma se pierde en el Verbo como una gota de agua se pierde en el mar, como el solo absorbe la luz: la inmensidad del mar absorbe a la gota y el sol divino, al punto de luz. La divinidad del verbo absorbe lo divino que tiene el alma, y la endiosa, y la transforma, y la convierte en Él, y la pierde en Él.

El reflejo de este misterio de la Encarnación lo recibe diariamente en la Misa el sacerdote; lo que sucede es que lo deja pasar, lo enturbia, lo opaca con las cosas exteriores y puede extinguirlo con el pecado. Pero el alma del sacerdote que abraza y cultiva con su correspondencia a la gracia este don de Dios, es el más dispuesto a recibir y ensanchar la gracia sin precio de la encarnación mistica en el alma, que es gracia sacerdotal en todas sus partes, gracia por excelencia de donación mutua, gracia insigne transformante y unitiva que atrae a la Trinidad; porque el Verbo no puede apartarse en su divinidad ni del Padre ni del Espíritu Santo, una sola esencia con Él.

Y así el alma que llega a la transformación –y más por el rápido camino de la encarnación mística- llega naturalmente a la unidad en la Trinidad, que es la que pido, la que anhelo, la que ofrezco hoy a todos mis sacerdotes.

Ya he puesto a su vista el camino más corto para la transformación en Mí: el de la encarnación mística.

Las almas de los sacerdotes son las más apropiadas y a propósito para recibir esta gracia en toda su plenitud. Pero claro está que necesitan retener ese reflejo que en las misas reciben; y con el concurso de sus virtudes, y con el esfuerzo de su santidad, preparar el terreno para recibir esa incomparable gracia en toda su perfección.

Pero, ¿sin la encarnación mística no pueden llegar los sacerdotes a la transformación en Mí que pido de ellos?

Si pueden, en cierto sentido; pero la manera más rápida de su transformación es la gracia de la encarnación mística, por esa gracia fecunda, operativa y transformante, cuyo don viene directamente del Espíritu Santo.

María goza cuando comunica a su Verbo hecho carne; y si al concebir a Jesús en su casto seno, recibió en Jesús el germen sacerdotal, los sacerdotes son para Ella otros Jesús, y más que nadie quiere transformarlos místicamente en Jesús.

Pero esto no se piensa, ni se intenta, ni se desea, ni se pide, ni los sacerdotes procuran hacerse dignos de recibir esa gracia.

Que conozcan estas inefables verdades, estos santísimos medios para que, meditándolos, pidiéndolos y abriendo humildemente sus almas puras y víctimas al don de Dios, reciban con más efusión esta gracia en su plenitud y no solo en su reflejo.

¡Oh! ¡y cuánto ama mi Corazón a las almas de mis sacerdotes y cómo ansío reflejar en ellas mis misterios! Siendo otros Yo se aclararán para ellos estos misterios; y las virtudes teologales, perfeccionadas, los llevarán a distancias infinitas, e iluminarán con luz increada los abismos de su inteligencia creada, y los llenarán de Dios.

Y si el ser de Dios es darse y comunicarse y difundir sus tesoros y sus esplendentes gracias, ¿a quién más que a mis sacerdotes escogería Yo para transformarlos en Mí, para difundirme por ellos en las almas?

Que las almas oren y se sacrifiquen más para que llegue esa hora feliz para Mí en la que me recree en una pléyade de sacerdotes santos que presenten a mi Padre el ideal de lo que más ama.

Sin duda que hay sacerdotes santos, pero a Mí me sobra Dios, por decirlo así; y quiero endiosarlos; y no quiero miles, sino que los quiero a todos, otros Yo, transformados en Mí-uno, para perderlos en la unidad de la Trinidad.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LIII: Almas.

Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LIII

ALMAS



Y si los sacerdotes se engendraron Conmigo en su vocación sacerdotal en el Padre y nacieron Conmigo de María, deben vivir mi vida y morir como Yo morí, en cualquiera cruz, por las almas; deben en mi unión conquistarlas y comprarles con sus dolores el cielo. Pero si son ellos amor, si son Yo-amor, no les costará esto y se endulzarán no solo sus continuos sacrificios, sino su muerte, gloriosa en cualquier lugar y del modo que a Mí me plazca enviársela, ofrecida al Padre por tan noble fin y consumida por tan digna causa.


¡Oh! Si los sacerdotes fueran otros Yo, quedaría resuelto el problema de tantas cosas que afligen a mi Iglesia, y las almas crecerían en perfección, y Yo tendría más medios para comunicarme en el mundo.


Muchas almas se pierden por culpa de los sacerdotes.


Al crear una vocación sacerdotal, vinculo la perfección y salvación de muchas almas en ella; y si se pierden, será en mucha parte por la inercia del sacerdote. Este aguijón, que es una realidad por la causa que lo produce; sería otro de los motivos que debiera activar la santidad en los sacerdotes: la cuenta que tienen que darme de las almas que les señalé para salvarlas –almas que pongo en su camino y almas que deben buscar-. Para eso tienen gracia de estado; y por inercia, disipación y falta de celo, pecan de omisión y de otras cosas, dejan truncos los designios de Dios en muchas de aquellas almas que deben santificar para que me den eterna gloria en el cielo.


Sólo Yo sé contar las vidas espirituales en las almas que no realizan mis designios por culpa de mis sacerdotes. En el campo espiritual hay mucho de esto. ¡Cuántos sacerdotes por miedo de sacrificarse en muchos sentidos desatienden a las almas y las dejan rondar en un círculo, sin estudiar en ellas los designios de Dios y ayudarlas a cumplirlos!


En el campo espinoso de las direcciones hay mucho sobre el particular, ya por la pereza de los sacerdotes, ya por pusilanimidad y miedo a meterse en honduras que no saben medir ni resolver. Mas para esto tienen los estudios, tienen la oración, me tienen a Mí, tienen al Espíritu Santo siempre dispuesto a ayudarles cuando con humildad lo invocan.


Muy delicado en este punto en el que se registran muchas lagunas en los deberes del sacerdote, creado expresamente a mi imitación para salvar y santificar a las almas. Muchos tienen que resolver en mi presencia de su poca aplicación en este punto cuando no saben ni la santidad ni la calidad de las almas que vinculé a su vocación para salvarlas y a cuántas puse en su camino para santificarlas.


Ya he dicho, sin embargo, los errores, las imprudencias y peligros que en este campo de las confesiones y direcciones se registran; pero eso no quita que cada sacerdote se esfuerce en arrebatar las almas al demonio y prudentemente santificarlas.


Un punto es éste que los sacerdotes deben meditar temblando, pero confiados en Mí, y con recta intención y santas miras satisfacer. Deben cumplir divinamente este punto capital de su vocación.


En los sacerdotes religiosos, la obediencia al superior lo llena todo, pero los sacerdotes diocesanos y con deberes de ministerio deben formar su plan y santamente cumplirlo. Ya he dicho que así como un sacerdote ha de encontrar en el cielo almas salvadas que vinculé a su vocación sacerdotal; así, otros verán almas condenadas, o que no llegaron al punto de perfección al que Yo las amé, por su culpa.


Mucho hay que meditar sobre este punto interesante y que atañe muy de cerca al sacerdote. Debe éste examinar, arrepentirse y proponerse un plan para llenar esta obligación que tiene el deber de cumplir.


Pero si es delicada esta carga para los sacerdotes, Yo sé suavizar este deber y endulzar este trabajo con gracias especiales y luces que no le faltarán, si me son fieles.


Ya se puede ver si en un sacerdote estará permitida la ociosidad cuando tiene que llenar estos deberes ineludibles de su vocación: la salvación de las almas. Ya se puede ver si estará bien en ellos la pereza, la disipación y el regalo cuando las almas peligran y otras se mueren de sed y anhelan quien sacie las necesidades espirituales que padecen. ¡Ya se comprende si un sacerdote puede ocuparse tranquilamente de sí mismo en la inacción, cuando las multitudes lo esperan y las almas llamadas a la perfección lo necesitan!


Un sacerdote, repito, no se pertenece; es mío, y de María, y de las almas, como Yo soy de mi Padre, de María y de las almas.


¡Qué corona le prepara en el cielo la Trinidad misma!


¡La vida pasa, los trabajos tienen fin, y el premio es eterno!


¡Cómo brillará con fulgores de la Trinidad un sacerdote que haya cumplido con perfección su misión en la tierra!


¡Después del de María, no habrá ni existe trono más alto que el de un sacerdote transformado en Mí!


Porque si el sacerdote ha sido otro Yo en la tierra, habrá realizado plenamente la misión que se le confiara. Habrá salvado y perfeccionado centenares de almas, no habrá dejado truncos los designios de Dios en ellas; unas conoció en la tierra, y otras – a quienes llegaron las irradiaciones de su espiritual fecundación, sacándolas del pecado y atrayéndolas por sus oraciones, virtudes y ocultos sacrificios hacia Mí, para que me glorifiquen eternamente -, hasta allá las verá.


Muy grande, muy intensa y muy viva será la posesión que de Dios goce el sacerdote fiel y transformado en Mí, en la tierra.


Vale la pena llevar mi suave yugo, el dulce peso de las almas y de los deberes sacerdotales en la tierra, por el peso inmenso de gloria infinita que los absorberá eternamente en el cielo”

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LII: Secreto.

Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)

LII

SECRETO.

Si mis sacerdotes se convirtieran en Mí, si fueran otros Yo, tendrían mi atractivo divino y comunicarían pureza, humildad, luz y todas las virtudes; comunicarían Dios; y las almas y las vidas se endiosarían con lo divino de mí Ser, comunicado por el sacerdote santo. ¡Cómo cambiaría no sólo la faz del mundo, sino también el interior de los corazones! ¡Cómo se respetaría entonces a mi Iglesia santa con sacerdotes santos, unos con el eterno Sacerdote Yo, con el Santo de los santos.
¿Nos figuramos esos otros Yo en el mundo, en los altares, en el ministerio, en las predicaciones, que conmueven, enseñan, atraen y abrasan en el amor a las almas y las hacen arder por medio de mi Corazón, de la Cruz, del Espíritu Santo, para la gloria de mi Padre?.
De los mismos medios y elementos que quiero valerme en esta reacción que ya se vislumbra, que Yo espero enternecido y que mi Padre, que ya la ve presente, le sonríe y se complace en ella.
La gran palanca para apresurar esta reacción es, como he dicho, el Espíritu Santo por María. Y María está muy interesada en esta reacción por poder verme reproducido fiel y constantemente en cada sacerdote transformado en Mí, no tan solo en el Altar, sino en todos sus actos, en la Iglesia y en las almas.
Ya late tiernamente su Corazón de Madre, ya se abre más que en el Calvario para recibir en él y esconder en él a esos sacerdotes, otros Yo, convertidos en Mí, que llevan todos los rasgos de la fisonomía divina de su Hijo adorado.
María anhela verme a Mí en cada sacerdote (como debiera ser) y no tan solo en el acto sublime de la Misa, sino siempre, siempre; y si los sacerdotes la aman, deben darle gusto y reproducir en ellos lo que más ama esa Madre incomparable, a Mí, en todos los actos de mi vida y de su vida.


Voy a revelar un secreto.
Y es que al engendrar el Padre en el seno de María por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella, el germen de los sacerdotes en el Sacerdote Eterno. El divino Espíritu comunicó a María una fibra divina de la fecundación de los sacerdotes futuros, engendrados en el seno del Padre, de toda la eternidad.
Por eso María es más Madre de los sacerdotes, por estar Conmigo, en su seno inmaculado, aquella fibra sacerdotal unida a mi naturaleza humana divinizada.
Y por eso María tiene mucho de sacerdote; y por eso María busca por justicia a su Jesús en cada sacerdote, concebido Conmigo en su virginal seno, al encarnar el Verbo en sus entrañas purísimas. Por eso, se les exige a los sacerdotes la pureza, por descender de la Luz del Padre y de María Virgen, Reina de la Iglesia y Madre del Sacerdote eterno, en el Verbo Encarnado, y de los sacerdotes, -germen fecundo de la Iglesia, engendrados por la divina fecundidad de la Trinidad Virgen, en el seno purísimo de una Virgen sin mancha-.
Y si los hijos deben parecerse a las madres y gozar de sus prerrogativas, ¿no se comprende que los sacerdotes deben ser como un reflejo de María, deben también ser madres, y llevar en sus almas la encarnación mística del Verbo en su Madre; y por esto, el más estricto y dulce deber de parecerse a Mí, o más bien, de transformarme en Mí?
¡Hasta dónde hemos llegado!, ¡hasta donde nadie se lo figuraba! Qué reales y certísimas consecuencias hemos sacado a la vista y que llevaba yo en el fondo de mi alma para hacerlo patente hoy, en estos tiempos en que más que nunca necesita la Iglesia de sacerdotes, transformados en Mí.
Si no conmueve a mis sacerdotes este secreto de mi alma que he querido que salga a la luz, serán hijos desnaturalizados y contristará a María semejante ingratitud.
En el calvario proclamé a María Madre universal de todos los hombres; y el privilegio particular del Padre para con mis sacerdotes, en su asombrosa fecundación divina, data del día en que el Verbo encarnó en María, aunque este designio del Padre en la Trinidad, que tuvo en cuenta eternamente a su Iglesia, no tiene principio.
Fueron concebidos, como lo fue el Verbo en María, la vocación y el ser espiritual y divino de mis sacerdotes, por la fecunda profusión del Padre, por el amor fecundo, por el amor purísimo del Espíritu Santo. Por eso el Verbo en su eterna generación nació por el amor y del amor, y el Verbo tomó en María carne por el amor, y comunicó a mi Humanidad sacratísima un ser o naturaleza humana de amor, un cuerpo de luz, de pureza y de amor, y un alma y un Corazón de amor.
Dios es amor; Yo soy Dios amor y Hombre amor. Y los sacerdotes que se transforman en Mí deben ser lo que Yo soy, luz, pureza, amor; todos caridad para derramarla en el mundo, todos Yo para formar la unidad de mi Iglesia en la Trinidad, y otros Yo para con María, más Madre de ellos que de nadie, formando en Mí un solo Jesús para amarla, glorificarla y complacerla.
¡Cómo los sacerdote deben pagar a María su ser de hijos que los engendró, a la vez que a Mí me engendró, y que en Mí nacieron y que en mi Iglesia, -imagen de la maternidad de María- se crearon, crecieron, y se hicieron dignos de sustituirme con ella por su sacerdocio y de representarme en cada acto de su ministerio.!
Si tienen corazón y nobleza de sentimientos, si saben agradecer las fibras maternales, si aman a su Madre María, no pueden obsequiarla con mayor presente que con su transformación en Mí, que les obliga más y más por ese secreto que hoy he puesto en su corazón para que lo sepan y se rindan por amor a mi voluntad”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LI: Transformación.

Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.


("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)

LI
TRANSFORMACIÓN


Otra cosa y otra luz terrible, a la vez que consoladora , voy a decir hoy. Solo un sacerdote transformado en Mí puede transformar a las almas; y la medida de su transformación en Mí será la que reciban las almas.

¡Ah! Éste es un punto que debía hacer temblar a mis sacerdotes; porque en la medida en que se santifiquen, santificarán; y en la medida en que se transformen en Mí tendrán virtud para transformar.

Aquí tienes el misterio de tanto apostolado estéril en mi Iglesia; este es el punto capital de tanta falsa piedad que existe en las almas, de esa frivolidad que hay en muchas de ellas, de esa exterioridad aun en las cosas de mi Iglesia, de esa falta de convicciones íntimas y de ese contentarse con Asociaciones, funciones y cosas exteriores; y no bajan al fondo de mi doctrina, a la solidez de las virtudes y de la intimidad de unión Conmigo, a la vida verdadera y espiritual que es mi Evangelio puesto en práctica.

Y ¿quién tiene la culpa de esa atmósfera de piedad fantástica, de la falta de sólida piedad, sino mis sacerdotes que no son santos, que no se preocupan de la desorientación que el mundo ha tomado, de cómo se acentúa en las almas la sensualidad, la vanidad y se sustituye lo divino con lo material, lo interior con lo exterior?

¡Oh, si mis sacerdotes fueran lo que deben, transformados en Mí, transformarían al mundo y, como los apóstoles, convertirían almas y naciones por mi virtud en ellos, por lo comunicable de mi ser, del que estarían poseídos!

No digo que no existan en el mundo sacerdotes santos que estén luchando por sostener el equilibrio en el campo de la Iglesia y de las almas; pero son pocos relativamente y Yo quiero y pido y estoy dispuesto a ayudar poderosamente a una reacción universal en mi Iglesia, a un impulso en el mundo de las almas; pero por este medio, el de la transformación de los sacerdotes en Mí.

Quiero volver al mundo en mis sacerdotes, quiero renovar el mundo de las almas y prestarme Yo mismo en mis sacerdotes para hacerlo; quiero dar un poderoso impulso a mi Iglesia e infundir, como en un nuevo Pentecostés, al Espíritu Santo en mis sacerdotes. Yo en ellos, quiero obrar, hablar, vivir y hacerme sensible a las almas; quiero ofrecer al Padre un triunfo en mi Iglesia y renovar la faz de la tierra por el impulso mundial e irresistible de mis sacerdotes santos. Yo, el Santo de los santos, en mis Obispos y sacerdotes santos.

Pues bien, ése es ahora mi ideal: transformar al mundo por la transformación perfecta de los sacerdotes en el gran Sacerdote, en el único sacerdote de donde todos proceden.

Esta reacción espera la Trinidad; ya la ve, ya la siente, y la acaricia y la bendice. Pero necesito de la voluntad y de la cooperación de los sacerdotes, porque Yo, con todo y ser Dios, me sostengo ante el umbral de la voluntad humana y la respeto sin avasallarla.

Pero estas confidencias que se traducen en amor para con mis sacerdotes, que llevan en ellas las fibras de mi alma para los que más amo en la tierra, los conmoverán; y muchos corazones sacerdotales, tocados en lo más íntimo, vendrán a Mí anhelantes de perfección y entregados puramente a mi voluntad”.
 

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. L: Pereza.

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Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.


("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)
L


PEREZA
La pereza para mis sacerdotes es un filón que Satanás explota para sus fines contra Mí. Porque impide el celo que los sacerdotes deben tener por mi gloria. Es muy fino y astuto Satanás con sus pretextos, con sus exageraciones, con sus múltiples excusas de ningún valor en un alma que de veras me ama. Sabe poner la inercia, el fastidio, el cansancio, y el desaliento en el corazón del sacerdote para desarrollar en él la pereza y disculpar a sus mismos ojos, con frívolos motivos, lo que es solo pereza en mi servicio.


¡Cuánto perjudica a mi Iglesia y en ella a las almas este vicio capital que tanta gloria me quita! Muchos sacerdotes hay que se forman la conciencia y creen cumplir sus deberes con decir la Misa más o menos fervorosamente y rezar el Breviario con más o menos devoción, cómo sino hubiera almas a quien atender y evitarle peligros y santificarlas para mi gloria; como si no hubiera enemigos que atacan la plaza de mi Iglesia en mil formas y con diferentes medios.


¿Será posible que trabaje más Satanás para perder las almas que mis sacerdotes para salvarlas? Y la pereza corporal y espiritual es la causa de ese poco celo y de esa inercia que los aprisiona; es el sopor con el que el demonio adormece a las almas sacerdotales en muchas ocasiones. Se creen cansados, enfermos y aun con falsas humildades, inútiles para mi servicio, dejan la carga para otros y descansan ellos, como si ese tiempo precioso de males imaginarios no nos perteneciera a Mí y a las almas.


Un sacerdote que no sabe en que emplear su tiempo no es digno ni del nombre que lleva ni de la sublime misión que le he confiado. ¿Cómo matar el tiempo quien debe emplearlo todo en mi servicio, en su ministerio, en su apostolado, en su oración, estudio y trato íntimo Conmigo? Activo es el Espíritu Santo en el que debe arder el corazón del sacerdote digno del cargo que ha recibido, del sacerdote fiel a su vocación y que no debe desperdiciar ni un átomo del don de Dios, ni una sola ocasión de hacer el bien.


El sacerdote es sembrador y su misión es arrojar la semilla en las almas, cultivarlas y presentarlas al Padre como maduros frutos que Él debe cosechar. Un sacerdote perezoso que busca su comodidad exageradamente, que se tiene muy en cuenta en lo que toca a su cuerpo, que piensa mucho en sí mismo, está muy lejos del Espíritu Santo que es, repito. Espíritu activo, que es de fuego, que no descansa de trabajar en las almas que se le prestan, que no cesa de derramarse siempre en dones y gracias e inspiraciones, porque es el continuo movimiento de efluvios santos en la Trinidad y en las almas.


Por eso los sacerdotes que tienen en la Iglesia la misión de dar la vida a las almas y de formarlas para el cielo, de infundirles lo divino, de predicar e insistir a todas horas y siempre en la extensión de mi Evangelio, más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo y desterrar toda pereza que los detenga en su alta y activa misión.


No hay cosa más quieta que Dios ni más activa que Dios en el amor. Así los sacerdotes deben tener el alma quieta con la paz de los santos, y al mismo tiempo deben arder con el celo de las almas y con sed ardiente de impulsarlas para el cielo, de librarlas de los peligros, de enamorarlas de lo que no pasa, de lo eterno, de Mí, crucificado por su amor, de María, de las virtudes y de mi imitación.


Y todos estos vicios y defectos que he enumerado ¿cómo se quitan? Por un solo medio, por la transformación de los sacerdotes en Mí. Entonces sentirían como Yo, amarán con el Espíritu como Yo, salvarán a las almas como Yo y las ofrecerán a la Trinidad como Yo”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XLIX: María.

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Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida


XLIX

MARIA

Y un punto muy consolador para el sacerdote y que él solo sería bastante para que buscara con ahínco su transformación en Mí es que, a medida y en escala de esta transformación, serán ellos más hijos de María y más acreedores a su ternura, a sus caricias y a su amor cándido y maternal.
Así como mi Padre dulcifica sus miradas hacia el sacerdote a medida que el sacerdote se va haciendo otro Jesús; así María ensancha más su Corazón y su ternura de Madre en cuánto ve más perfecta mi imagen en el sacerdote.
Como el Padre mira en Mí, su Verbo humanado, todas las cosas y en Mí las almas y no puede amar nada fuera de Mí; así María en Mí, su Jesús divinizado y divino, ama a todos sus hijos, especialmente a los sacerdotes, y más ama a los que más se asemejan a Mí, su Hijo divino; a los que llevan los rasgos de mi fisonomía más marcados a la medida de su transformación en Mí.
Esa Madre Inmaculada posa sus miradas con delicia en los sacerdotes puros. Busca la fragancia de su Jesús, Lirio de los valles, en los sacerdotes destinados a representarlo en la tierra; se complace en la blancura de sus almas, en la candidez de esas manos que tocan al Cordero y quisiera posar sus labios en los labios que pronuncian dignamente las palabras creadoras y operadoras de la Consagración en las Misas; porque María se goza y pone toda su alma en la transubstanciación.
Ella comienza a recrearse en los corazones que se preparan al sacerdocio, y los cubre con su manto. La fiesta más grande para ella en la tierra es el día de la ordenación del sacerdote, el día de su primera Misa, y en todas las que se celebran dignamente.
Ella goza, repito, asiste y se ofrece en unión mía –místicamente en su Corazón- por manos del sacerdote; porque el mayor placer de María en la tierra y ahora en los Altares es ofrecerse pura con el Cordero puro, en unir sus dolores de víctima con la gran Victima, que tuvo con Ella en la tierra un solo Corazón, un solo sacrificio, un mismo fin: el de glorificar a mi Padre y el de salvar a las almas.
¡Qué grande misión tiene María para con el sacerdote y el sacerdote con María! No existe filiación más grande con Ella, después de la de su Hijo Divino, que la del sacerdote. Por eso también no hay dolor tan grande para María como las Misas indignamente celebradas, ni escapadas más agudas para su Corazón maternal que los pecados de los sacerdotes que la traspasan de pena. Y es natural, por la unión tan íntima y estrecha que tiene su Corazón con mi Corazón, su alma con mi alma, sus ideales con los míos, su sed de pureza y de sacerdotes santos para honrar a la Trinidad con la sed mía.
Siempre que un sacerdote me ofende a Mí, ofende vilísimamente a María. Y siquiera por esto debiera el sacerdote indigno ruborizarse, no tan solo a mis miradas, sino también a las de mi Inmaculada Madre, que mira por mis ojos y que palpita al unísono con los mismos latidos de mi Corazón.
María continua en el cielo la misma unión de maternidad divina y humana que tuvo conmigo en la tierra; y tan identificada y transformada en Mí continúa en el cielo como lo estaba en el mundo. Por este motivo, María es y será siempre la más poderosa ayuda para la transformación del sacerdote en Mí. Ella es el ejemplo vivo que el sacerdote debe imitar para acelerar ese parecido Conmigo, para tomas la fisonomía más perfecta y los rasgos más característicos de su parecido y transformación en Mí.
María me engendró en su maternal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre, y el sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen quiere sacerdotes vírgenes; María Inmaculada quiere sacerdotes inmaculados; María amante, María humilde, María sacrificada, María Madre quiere sacerdotes con estas cualidades, virtudes y prerrogativas; porque solo Ella, Virgen y Madre, fue digna de ofrecer y tocar al Padre al cordero sin mancha que borra los pecados del mundo.
Solo la blancura puede borrar las negruras de las culpas de las almas; y María con su pureza y por ser Corredentora en mi unión, transforma, ofrece y alcanza gracias para el mundo, pero especialmente para los sacerdotes.
Tienen los sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María y los latidos más amorosos y maternales de Ella, después de consagrarlos a Mí, son para los sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma en el mundo; con su esperanza para la gloria de mi Iglesia y para mi gloria, y no los pierde de vista; y sus clamores y sus plegarias más ardientes, ante el trono de Dios, son para los sacerdotes por representarme a Mí en la tierra.
Y si Yo, su Jesús, , quiero y anhelo y ansío y pido en estas confidencias sacerdotes perfectos transformados en Mí y para gloria de la Trinidad, para brillo de mi Iglesia y para salvación del mundo, también María, unida a Mí, y con un solo querer y voluntad conmigo, pide lo mismo a mis sacerdotes, une a Mí su voz y sus deseos, y se ofrece a ayudarles en su transformación en Mí.
Que no desprecien este filón celestial que les ofresco hoy en el Corazon de mi Madre, que Yo pediré estrecha cuenta si desoyen mi voz – hoy misericordiosa – que los llama a mayor perfección, y por todos los motivos que he venido explicando.
María es la dispensadora de las gracias; que acuden a Ella con Amor, con humildad y constancia, y alcanzarán llegar al ideal que pide mi Padre, en su transformación en Mí. Este es el camino más corto, ¡María! Para ir al Espíritu Santo, para alcanzar el amor, que es el que transforma, asimila, une y santifica. Este es el medio más dulce, tierno y delicado y puro, ¡María!

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XLVIII: Mortificación.

Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


XLVIII

MORTIFICACIÓN

Una de las cosas que faltan en muchos de mis sacerdotes es el espíritu de mortificación, el amor a la cruz, el conocimiento de las riquezas que encierra el dolor. Muchos predican la cruz y no la practican; aconsejan la abnegación y el propio renunciamiento y ni sueñan para sí mismos en esas virtudes tan necesarias en los sacerdotes, porque el sacrificio es uno de los puntos culminantes y como el cimiento para la transformación en Mí que fui víctima desde el instante de la Encarnación hasta mi muerte.

Una víctima para ser aceptada a mi Padre debe ser pura y sacrificada. Mi vida entera se redujo a esta hermosa palabra que sintetiza el ser del cristiano y más el del sacerdote: ¡Inmolación! Fui inmolado voluntariamente en la tierra y continúo esta vida de inmolación en los Altares.

Yo vine al mundo a santificar el dolor y a quitarle su amargura; vine para hacer amar el dolor, la cruz, señal de mis escogidos y entrada segura para el cielo; y la transformación más perfecta en Mí tiene que operarse por el dolor amoroso, por el amor doloroso.

Por tanto; un sacerdote que quiera asimilarse a Mí –como es su deber – debe ser amante del sacrificio; debe tender a la voluntaria inmolación, abnegándose, negándose a sí mismo y sacrificándose constantemente en favor de las almas.

Lejos de él la molicie, la comodidad y el regalo; y en la cruz encontrará riqueza y dulzuras desconocidas si la abraza con amor, si la estudia, si la penetra, si la comprende, si la vive; porque en el fondo del sacrificio a puesto mi Padre el delicado y sabroso fruto conquistado por Mí en la Pasión, dulcísimos manás que solo se descubren en el dolor voluntario o amorosamente aceptado por los corazones generosos y amantes.

Sacerdote quiere decir que ofrece y que se ofrece , que se da, que inmola y se inmola; y ¿cómo se inmola y se ofrece un sacerdote que no se mortifica, que busca todos los gustos de la naturaleza, que huye de la cruz en cualquiera forma?

Pero el verdadero espíritu de sacrificio nace del amor en un alma pura. El amor es el pulso del sacrificio y el sacrificio es el pulso del amor; y nadie está en tan íntimo contacto con quien fue amor y dolor al mismo tiempo que el que se sacrifica.

Yo en cada instante amo, en cada Misa me inmolo, en cada sacramento y movimiento de la Iglesia derramo amor y esparzo gracias compradas con el dolor de un Dios-hombre, y valorizo los sacrificios del hombre para el cielo.

El sacerdote que me estudie, penetrará más y más en ese abismo sin fondo de mis dos naturalezas: en la divina, el amor; en la humana, el dolor, que unidas en la Persona divina del Verbo, forman el todo de un Jesús Salvador que santificó el dolor, la cruz suavisó su dureza, aligerando el peso de su sacrificio voluntario.

Todo dolor unido al mío alcanza gracias para otras almas.

Como he dicho, el sacerdote no es solo, sino que representa para Mí o debe representar muchas almas en él y salvadas por su concurso.

Por la gracia de fecundación divina recibida del Padre tiene que germinar pureza, virtudes y gracias en las almas; pero, a mi imitación, esas gracias debe comprarlas con dolor, con sacrificios, con amor.

Mientras más amor y dolor tenga, más gracias comprará para las almas y más gloria en ellas me dará.

Esta orientación muy marcada deben tener los sacerdotes transformados en Mí; este colorido de cruz, pero de cruz amorosa, no de cruz que espanta, sino de cruz que atrae, que embalsama, que embriaga y deleita; de cruz que irradia Jesús, que contiene Jesús, que sabe a Jesús, que es Jesús.

Si el sacerdote tiene el deber de enamorar a las almas de Jesús crucificado, debe el primero crucificarse, porque solo crucificándose, puede apreciar el valor del sacrificio y sus dulces consecuencias.

Es triste, muy triste y doloroso para mi decirlo, pero ¡cuán pocos relativamente, son los sacerdotes que aman la cruz, que buscan el dolor voluntariamente, que se gozan en el sacrificio, que viven en su sabia divina y que predican la cruz con su palabra y con su ejemplo! Si quieren transformarse en Mí es preciso que amen la cruz, que no teman la cruz, que se crucifiquen al reverso de la cruz, al lado de María.

¿Cómo enseñar a las almas las riquezas de la cruz, sino las conocen? ¿Cómo hacerles entender la suavidad de la cruz, si nunca voluntariamente la han gustado?

La penitencia corporal y la mortificación interior deben ser familiares al sacerdote para su santificación y para compra gracias para otras almas. Pero solo una cosa endulza estos sacrificios tan contrarios a la naturaleza y es el amor: el amor que nace, como la chispa al frote, de la mortificación y de la penitencia en un alma pura; el amor que impulsa en la sed de ofrendarse en bien de otros y para complacencia del amado.

Y llega el dolor a ser necesario y como indispensable al amor, llega el sacrificio a ser un consuelo y un refrigerio y un descanso para el amor. Por eso Yo deseaba ser bautizado con un bautismo de sangre, porque los ardores de mi amor me martirizaban, y ansiaba el feliz desahogo del dolor.

Y hasta este punto pueden llegar mis sacerdotes transformados en Mí; hasta los más heroicos sacrificios por obsequiarme, por complacerme, por parecerse a Mí, por honrar en comunión perfecta y transformante en Mí.

Hasta allá quiero a mis sacerdotes, perfectos en su transformación en Mí: a tener unos mismos ideales y sentimientos y anhelos de sacrificio, porque así honrarán a la Trinidad que tanto los ama y los distingue; y así también salvarán y santificarán a las almas por el medio más poderoso y divino: por su transformación en Mí en el amor y en dolor”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XLVII:


Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
para sus Hijos los Predilectos

("A Mis Sacerdotes" De Concepción Cabrera de Armida)

XLVII


ESTE ES MI CUERPO… ESTA ES MI SANGRE…

La transformación del sacerdote en Mí que se opera en la Misa debe continuarla él en su vida ordinaria, para que sea esta vida, interior y extraordinaria, espiritual y divina, en todas sus partes. Deben girar esta vida espiritual del sacerdote dentro del ciclo santo de la Trinidad, debe vivir en su unión intima y continuada con las divinas personas, y recibir de Ellas la santidad para santificar, la fecundidad divina para engendrar en las almas lo santo, lo puro, lo perfecto y divino, y el amor al Espíritu Santo para fundarlas en la caridad y unificarlas en Dios mismo.

Con esta vida santa de pureza, unidos a la Pureza misma se harán mis sacerdotes dignos de Dios, que cuando mira, endiosa; se harán dignos de esa mirada pura, santa, y fecunda que cuando se posa en su alma la penetra y la santifica.

El Padre, al posar su mirada en el alma de los sacerdotes, lo hace por dos cosas, tiene dos objetos: al darles a su Verbo y el buscar a su Verbo en ellos. Lo da, porque se da a Sí mismo con el Verbo y con el Espíritu Santo, una sola divinidad con Él, y lo pide en razón de justicia, que pide lo suyo, lo único suyo, que lleva en Sí a todas las cosas.

Busca al sacerdote en su Verbo y en su Verbo al sacerdote que debe estar divinizado y transformado por Jesucristo en Dios; y si no lo encuentra, se contrista, porque Yo, Cabeza de la Iglesia, no debo estar mutilado en el Cuerpo de la Iglesia, en sus sacerdotes; sino que todos sus sacerdotes deben estar en Mí y Yo en ellos, por su perfecta transformación que completa la unidad de la Iglesia en la Trinidad.

Cuando un sacerdote no está transformado en Mí o en vías de transformarse por sus esfuerzos continuados para lograrlo, estará en la Iglesia, pero en cierto sentido, segregado de la intimidad de la Iglesia, separado de su Espíritu, del núcleo escogido de mi Iglesia. ¡Y cuántos sacerdotes hay que no piensan en esto, ni lo procuran, ni ponen de su parte un solo ápice para adquirirlo! Toman la dignidad incomparable del sacerdocio como una profesión material cualquiera; y ese no es el fin sublime y santo del sacerdocio, que consiste en LA TRANSFORMACIÓN PERFECTA EN MÍ, POR EL AMOR Y POR LA VIRTUDES.

El Espíritu Santo, por María, forma la esencia del sacerdote. El Espíritu Santo, enviado por el Padre, es que engendra al Verbo en el sacerdote por la unción que de Él recibe, por la fecundación del Padre que le comunica, por el conocimiento del Padre por el Verbo, por el estudio y amor al Verbo que refleja al Padre, porque el que conoce al Verbo conoce al Padre y se enamora del Padre por el Espíritu Santo.

Y el fin de la iglesia en su parte intrínseca es formar en la tierra UN SOLO SALVADOR DE LAS ALMAS, UN SOLO SACERDOTE ETERNO, por la unión, parecido e identificación con Él de todos sus Pontífices y sacerdotes; reproducir a Jesús, atraer por esto y con esto las miradas fecundas y cándidas del Padre, para divinizar ese Cuerpo místico que, si lo complace, es por lo que lleva de Mí mismo en él.

Y así es que, individualmente, más mirará complacido el Padre al sacerdote, que más se parezca a Mí. Pero quiere verlo transformado en Mí no tan solo en la hora de la Misa, sino a todas horas, de tal manera que en cualquier sitio y a cualquier hora, pueda el sacerdote decir con verdad, en el interior de su alma, estas benditas palabras realizadas constantemente en él, por su transformación en Mí: “ESTE ES MI CUERPO, ESTA ES MI SANGRE”.

¡Oh! Si todos los sacerdotes hicieran esto transformados en Mí, no tan sólo a la hora del Sacrificio incruento, sino siempre, ¡cómo se derramaría el cielo en gracias para ellos y para las almas!., ¡cómo esas miradas divinas y fecundas del Padre endiosarían la tierra!, ¡cómo germinarían las vocaciones sacerdotales!, ¡cómo se multiplicarían los santos! ¡cómo florecería la iglesia! Y ¡cuánta, cuanta gloria recibiría la Trinidad!

Pero al contrario, sin esto que digo todo será y es al revés en muchas de sus partes. Y ¿por qué? Por la falta de transformación en Mí de los sacerdotes.

He puesto el dedo en la llaga en estas confidencias de mi Corazón amargado (pero lleno de caridad para con los míos). Aquí está el fondo y la procedencia de todos los males que lamento en mi Iglesia: LA FALTA DE TRANSFORMACIÓN EN MÍ DE SUS SACERDOTES; que si esto fuera, ¡que distintos se hallarían pueblos, naciones y almas, que resienten, materializadas, la falta de influjo divino que debieran comunicarles los sacerdotes, y que se hunden y se despeñan por la sensualidad y por la falta de fe en abismos insondables de males, sin que se oponga a esa infernal corriente la suficiente potencia de sacerdotes santos que, transformados en el Santo de los santos, transformarían al mundo y lo divinizarían, y unirían en la unidad de la Trinidad a lo que de Ella salió y a lo que a Ella debe volver!

Por tanto muy culpables serán los sacerdotes que con estos caritativos avisos del cielo no detengan su carrera de vicios y defectos espirituales que les impiden su transformación en Mí.

Sepan que si el demonio ha ganado terreno en mi Viña es por la falta de obreros santos; por sacerdotes tibios, disipados, aseglarados y mundanizados, que se han dejado llevar por la corriente e impregnarse del ambiente actual sin oponer resistencia, sin hacerse violencia a sí mismos y sin preocuparse de los principal que debiera preocuparlos, es decir, de su perfecta transformación en Mí.

Que sepan esto los Obispos, porque el mal se desborda y ha entra: en la transformación de los sacerdotes en Mí y en su unión perfecta con las con las tres divinas Personas. Esto romperá las cataratas del cielo en favor de mi Iglesia y de las almas; en este importantísimo punto único está la salvación”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XLVI: Vanidad.



Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos los Predilectos

De Concepción Cabrera de Armida


XLVI

VANIDAD

Otros de los grandes defectos que pierden a mis sacerdotes, o a lo menos les impide la perfección, es la vanidad y la sed de vanagloria y los aprecios humanos.

Este vicio, cuando se inicia en el alma del sacerdote debe cortarlo de raíz, porque si llega a enseñorearse con él y a poseerlo, lo aleja de la vida interior y espiritual –que debe ser donde gravite su existencia-, lo rebaja a las cosas de la tierra y a deleitarse en ellas. Entonces se entristece cuando le faltan las alabanzas humanas y sólo goza cuando se ve envuelto en ellas.

¡Cómo le hacen falta y llegan a ser estas alabanzas su elemento y su vida –Si no las tiene, las busca con mil pretextos, y a veces descaradamente; y llega a tal grado este vicio y odioso defecto en su alma, que si no encuentra las alabanzas, las finge en su entendimiento y en su corazón, y se complace imaginariamente en sus efectos.

Se enorgullece el sacerdote que tiene el vicio de la vanidad, de su persona, de su figura, de su talento, de su trato social, de sus maneras, de sus sermones, de sus direcciones, etc.; se forma, con la poderosa ayuda de Satanás que lo atiza, su incienso íntimo, que, al complacerlo, entenebrece para él el campo de las virtudes y la humildad en el propio conocimiento que debe envolverlo.

¡Cuántos sacerdotes pasan la vida incensándose a sí mismos y buscando y complaciéndose en las adulaciones mundanas y espirituales! ¡Cuánto tiempo pierden muchos de los míos, haciéndose a sí mismo sus panegíricos y echando redes para ser ensalzados! ¡Cuánto humo, cuanta vanidad que no deja en las almas sino negrura, sofocación y desaliento para las sólidas virtudes y abnegaciones que el ministerio sacerdotal necesita y exige!, ¡y cómo Satanás, entonces, se aprovecha para meter en las almas sacerdotales el cansancio, el fastidio, la tibieza, el desaliento y tentaciones mayores que sólo Yo veo y que llegan a precipitar en insondables abismos!

¡Cuántas veces comienza la vanidad por lo poco y acaba por minar la sagrada e incomparable vocación sacerdotal! ¡Hasta allá alcanza la astucia de Satanás que pone suavísimamente el anzuelo para pescar los corazones y hundirlos en el infierno!

La vanidad nace de la soberbia: es el ser mismo de Satanás que se goza en comunicar e infiltrar, sobre todo en el corazón de los míos. Los sacerdotes son, como he dicho, su más codiciado manjar; y por su semejanza Conmigo, el Sacerdote Eterno, más se complace en perseguirlos, el introducirles el mundo con todos sus vicios y la carne con todas sus monstruosidades; y cualquier triunfo en ellos es un bofetón que quiere darme, y su conquista definitiva es para él como si me diera la muerte.

De ese grado y de esa magnitud es su infame malicia al tocar, al poseer, y al arrancar de mis brazos y de mi Corazón cada sacerdote. Mi Iglesia es su pesadilla constante, y sus mejores tiros los guarda para Ella, y su veneno más ponzoñoso los guarda para los que la sirven, y sus triunfos más aplaudidos son las funestas victorias sobre las almas sacerdotales, esencia de mi Corazón, fibras de mi alma, en quienes mi Padre se complace y a quienes toda la Trinidad ha distinguido eternamente con singulares privilegios y escogidísimas gracias.

Por eso el infierno en un sacerdote réprobo no tiene comparación porque tampoco la tienen sus pecados y espantosas ingratitudes, cometidas con los abusos voluntarios de estupendas desgracias y pisoteadas. Y lo triste es que se comienza a bajar por ese plano inclinado –que concluye en la desgracia eterna- con nimias pasiones de envidias, celos, vanaglorias, etc., que consentidas y alimentadas, toman vuelo y se agigantan, y envuelven a las almas de los sacerdotes, las cuales como ningunas otras deben estar siempre en guardia, y rechazar, luchar e impedir en sí mismos esas pasioncillas rastreras, y degollarlas sin piedad en sus principios. Deben de tener muy en cuenta la más que astuta malicia de Satanás para ellos y sus terribles fines.

Y ¿cómo se blindan contra esas pasiones terrenas? Con la santa coraza de lo divino, con su transformación en Mí; con su vida sobrenatural que los eleve de la tierra; con su unidad de en la Trinidad en la que Satanás se estrella y lo que es, para él, impenetrable. Ahí esta el asilo del sacerdote: en su unión perfecta con el Dios perfectísimo, cuyo escalón es María, al eterna enemiga de Satanás y del infierno todo.

Que recurran a María mis sacerdotes y Obispos porque en el mundo nadie está exento de los ataques de mis enemigos y menos mis sacerdotes; y que por María, pasen a Mí; y por Mí al Padre en el Espíritu Santo. ¡Así llegarán a lo que tanto pido en ellos; a ese Puerto seguro que en estas confidencias les ha querido señalar mi amor eterno, singular y misericordioso; a la unidad que es su cielo en la tierra y que será su cielo en el cielo!

Que estos mis deseos lleguen a mis Pastores para que los utilicen en favor de los sacerdotes, mis hijos, y en sí mismos.

Que si señalo defectos, no es para echarlos en cara –que esto no lo sufre ni mi fineza ni mi caridad con los que los amo-, sino por el deseo vivo y ardiente de su perfección que en mi Corazon arde y que en estas confidencias santas ha querido desahogar en sus infinitos anhelos de hacer el bien.”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XLV: Limpieza del alma.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA.

Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos los Predilectos

De Concepción Cabrera de Armida


XLV

LIMPIEZA DEL ALMA

Para llevar a cabo mis planes de santificación personal, mis sacerdotes deben, ante todo, conservar a todo trance la pureza de sus almas, base y fundamento sobre el cual deben comenzar su transformación en Mí.

La pureza es la que más asemeja a Jesús y la que refleja a Dios en las almas. Por tanto, y como medio principal para esta pureza, los sacerdotes no deben descuidar jamás la frecuente de sus culpas, para lavarse en el sacramento de la penitencia. Hay descuido en muchos sobre el particular y dejan pasar mucho tiempo – a veces considerable – sin recurrir a esta saludable humillación que purifica.

Cuántas veces el respeto humano y la falta de humildad impiden este acto de suprema importancia para el sacerdote, y como Satanás se vale de estos medios para impedir la pureza en las almas de mis sacerdotes que deben estar siempre tersas y sin mácula para reflejar a Dios en ellas. Elemento principal es este, para su transformación en Mí, purísimo de cuerpo y alma, transparente y divino, que refleja a la Trinidad en la limpidez candidísima y luminosa de mi Corazón de hombre.

¡Cuánto insisto en la pureza de mis sacerdotes! Porque la Trinidad no se refleja sino en el cristal sin mancha de una conciencia y de un alma pura. La basura lastima sus miradas, el pecado las rechaza y solo la pureza las atrae, porque Dios es pureza.

Y si pido al común de las almas la limpieza de corazón para comunicármeles, ¡cuánto más la querré de mis sacerdotes, que no por ser sacerdotes dejan de ser tierra y de andar entre la tierra!

Deben también mis sacerdotes, si quieren santificarse, tomar y tener un director santo. Nada más fácil en mis sacerdotes que acostumbrase a mandar, que el sentirse superiores a los fieles; y si es cierto esto, por la dignidad sacerdotal que llevan consigo, también lo es que deben depender de otro, si quieren adelantar en su santificación. ¿No envié acaso a San Pablo con Ananías para que de él recibiera instrucciones? Este es un acto de dependencia y de humildad muy útil en los míos y que Yo me complazco en bendecir.

Y si en estas confidencias he querido tratar de la regeneración y santificación de mis sacerdotes, éste es un punto útil en gran manera (el que tenga un director) y en muchos casos indispensable, para la santificación de las almas sacerdotales. Nadie más a propósito para mandar que el que obedece, nadie mejor para dirigir a las almas que el que es dirigido.

Todo va encaminado a realizar mi fin en ellos, a su transformación en Mí, a quitar los elementos que la impiden, y a unificarlos en la unidad de la Trinidad, para la que fueron engendrados en el seno del Padre, creados y ordenados para mi servicio con la unción y la acción divina del Espíritu Santo.

Yo acudo siempre a tiempo y oportunamente en las épocas del mundo, a favorecer a mi Iglesia militante; y ahora, en los momentos presentes, necesitan esta reacción divina mis sacerdotes para resistir los embates del enemigo, para rechazar al mundo que se ha introducido hasta en el santuario, para prevenir futuros males, para consolar a mi Corazón y dar gloria a mi Padre, purificar y santificar más y más los elementos de mi Iglesia amada.

Vendrán épocas peores para mi Iglesia, y ésta necesita de sacerdotes y ministros santos que la hagan triunfar de mis enemigos, no con cañones, sino con virtudes; no esgrimiendo venganzas ni rencores, sino con el Evangelio de paz, de perdón y de caridad; con mi doctrina de amor que vencerá al mundo, cumpliendo con ellos mis promesas de que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

Pero necesito un ejército de santos sacerdotes transformados en Mí que respiren virtudes y que atraigan a las almas con el suave olor de Jesucristo. Necesito otros Yo en la tierra, formando un solo Yo en mi Iglesia por su unidad de miras, de intenciones y de ideales, formando un solo Cuerpo místico Conmigo, un solo querer con la voluntad de mi Padre; una sola alma con el Espíritu Santo, una unidad en la Trinidad por deber, por justicia y por amor.

Solo esta unidad hará la fuerza, sólo esta unidad rechazará al infierno, sólo mi Iglesia única salvará a las almas, sólo en esta unidad –que tanto pido en estas confidencias – tendrá gloria la Trinidad y su triunfo la Iglesia de Dios.

El Espíritu Santo, y María salvarán a México y al mundo entero.

Que se activen en pedir día y noche y en sacrificarse por alcanzar esta reacción poderosa de los sacerdotes tan necesaria en estos tiempos, tan indispensable para el futuro, tan del agrado de mi Padre, y proporcionen así un gran consuelo a mi Corazón”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XVIV: Virtudes Teologales.


Mensajes de Nuestro Señor

Jesucristo a sus Hijos los Predilectos


De Concepción Cabrera de Armida


XLIV

VIRTUDES TEOLOGALES

El padre constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo y obrando el misterio de la Trinidad, porque en Él nada hay pasado, sino todo presente; y eternamente está complaciéndose en Sí mismo, en su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó a su Iglesia única, en donde todas las almas deben forman una unidad con el Verbo, por el Espíritu Santo; y la misión del sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad. ¡Con cuánta mayor razón deben formar los sacerdotes mismos esa unidad en la Trinidad!

Dios produce Dios, no dioses, por su unidad; y en todas las cosas creadas y por crear está Él presente, entero, cabal sin repetición ni disminución. Todo Él es un conjunto-unidad, sin partes y tan entero está en un punto creado, como llenando los espacios infinitos de su unidad y de lo creado para su gloria.

Dios no puede producir más que Dios; y su reflejo es Dios; y en las creaciones está Dios que todo lo llena, que en todo se difunde, que sin salir de su unidad, se dilata en inmensidades infinitas; dándose siempre, multiplicándose en su unidad; en llenarlo todo con su presencia que es Él mismo, en envolverlo todo, en producirlo todo, en dar vida y ser a todo, con una sola voluntad y querer de las tres personas en la unidad de su esencia.

Lo mismo está en el cielo que en el infierno; lo mismo llena un átomo con toda su inmensidad, como mundos y almas y creaciones; sin salir de Sí mismo, saliendo; sin moverse, moviéndose en la inmutabilidad de su Ser, sabiéndolo todo y teniendo presente todo, sin pasado ni futuro; concentrándolo todo y a Sí mismo también en un solo punto infinito de su Sabiduría, Fecundidad, Poder y de su Ser de amor único.

Todo lo que es y lo que produce Dios es amor, porque el amor es la sustancia de su Ser; y el amor es fecundidad, y el amor es bondad, es caridad, lo es todo. El amor es Dios, es Dios unidad con sustancia de amor; ese amor es el Espíritu Santo en la Trinidad.

¿Qué el haber venido la Divinidad a la tierra a vestirse el Verbo de humanidad no es amor? Si Yo, la segunda Persona divina, tomé carne en María fue por amor, para atraer la carne a la Divinidad, divinizada, purificada. Y si establecí mi Iglesia comprada con la Sangre divina de un Dios-hombre, fue por amor a mi Padre y a las almas, fue para llevar a la Divinidad lo que las almas tienen de divino. Y si los cuerpos en la resurrección irán al cielo, será porque en mi Cuerpo purifiqué la carne y compré su glorificación con la pureza y con la Sangre del Mío.

¡Cuánto debe el hombre a las divinas Personas y que poco piensa en agradecer los favores y el amor infinito de todo un Dios! ¡Como todos los cristianos, pero especialmente los sacerdotes, debieran vivir y respirar las virtudes teologales, su savia divina, sin las cuales no hay salvación! ¡En muy poco se estiman, y menos se practican estas virtudes, cimiento y vida de la Iglesia y pase para el cielo!

¡Cómo deben los sacerdotes predicar sobre la fe y practicarla!¡En qué valor deben tener y hacer apreciar la virtud de la esperanza, que es la virtud del dolor, que tanto amo! ¡Y con qué ardor y con cuánto fuego y constancia incansable deben infundir la caridad, reina de todas las virtudes, enamorando a las almas del Amor, impregnándolos de amor, que es impregnarlas de Dios mismo!

¡Pero mis sacerdotes para dar , tienen que recibir, que abrirse a la acción de Dios, que ser dignos receptáculos de los tesoros del cielo y que vivir de María, transformados en Mí!

Es mi voluntad que se haga hincapié en mis sacerdotes sobre el constante ejercicio de las virtudes teologales; por descuidarlas languidecen las almas de los sacerdotes; por no actuarse en ellas, se entibian, se humanizan; por no entender su reinado en las almas, se pierden muchas desesperadas y muertas a la gracia.

Hermosas e indispensables como ningunas otras son las virtudes teologales, que simbolizan a las tres divinas Personas. Al Padre en la fe, al Hijo en la esperanza y al Espíritu Santo en la caridad. Y tienen esas virtudes tal trabazón y unión, por venir de la unidad en la Trinidad, que quien ejercite y posea una, las tiene todas.

Mucha falta hace en el mundo la práctica de estas virtudes, y con tristeza en mi Corazón digo que también faltan en muchos de mis sacerdotes. Que se corrija este defecto tan capital y arda t luzca la fe, como radiante faro; que no languidezca la esperanza en los míos, humanizados; y que la caridad los una a Mí, los una entre sí, a mis Obispos, sacerdotes y almas para su unificación y salvación.

Muchos sacerdotes se preocupan en difundir en las almas la práctica de otras virtudes y descuidan las principales que son las teologales, fuente de todas las otras y las que les dan la vida y los méritos para el cielo. Mucho recomiendo este punto descuidado en muchos sacerdotes, que se impone, hoy más que nunca, en las almas desorientadas por los vicios y falsas doctrinas y humanizadas en grado extremo por la vida animal y natural, sin que divinicen sus actos, sin que se eleven de la tierra, sin que sobrenaturalicen su vida, sin que piensen en una eternidad que les espera, sin que teman los eternos castigos, y sobre todo, sin que me amen a Mí, que vine al mundo solo con el fin de unir a todos en la unidad de la Trinidad por el Espíritu Santo, es decir, por el Amor”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP: XLIII: Envidias.

Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
a sus Hijos los Predilectos.

(De Concepción Cabrera de Armida)

XLIII

ENVIDIAS

“Otro de los puntos capitales por su extensión en los que me veo ofendido por muchos de mis sacerdotes es el de la envidia de sus compañeros de Altar, o sea a otros sacerdotes sus hermanos.

Hay envidias en los púlpitos, en los confesonarios, en las amistades con la gente alta, en las preferencias de los Obispos y sus superiores, en los puestos, en las jerarquías que creen merecer, en los estudios, en los talentos, en las Congregaciones, en los cariños o afectos, etc.,etc.

Este punto es muy común porque los sacerdotes son hombres, tienen pasiones de hombres, andan en la tierra y el polvo se les pega; pero por su ser de sacerdotes y por ser almas escogidas y vasos de elección, deben vivir en la tierra con vida de cielo, deben alejar de si esas pasiones rastreras y no dejar que se enseñoreen de sus corazones, porque perderán la paz y los envolverán en mil pasiones más, que se irán encadenando hasta arrastrarlos a terribles males.

¡Esas envidias entre si de los que se llaman míos son de consecuencias incalculables y de daños cuantas veces irreparables, que llegan a ofenderme gravísimamente! Muy delicado es este vicio en los que me sirven, y mi Iglesia resiente sus estragos, y los Obispos sufren con estas disensiones, y los fieles se escandalizan, y Yo soy ofendido!

¡Cómo quisiera Yo, manso y humilde, que los míos tuvieran mucho cuidado de cortar las envidias entre sí con el contrapeso de la verdadera humildad y con el suave y dulce trabajo de su transformación en Mí! ¿Qué importa que unos sacerdotes tengan más talento, más simpatías y que brillen más que otros? La verdadera grandeza, para Mí, no está en lo que brilla, en lo que pasa, en lo que se ve, en lo humano, sino en el secreto escondido de un corazón puro, humilde y amoroso. No me pago Yo de ruidosas victorias y mi mayor gloria no consiste en la conmoción de las multitudes, sino en la santidad y perfección del interior de las almas.

Dueño Yo de repartir mis talentos a quien me plazca, pero será mi consuelo el sacerdote humilde, el sacerdote apóstol que no busca su gloria ni los aplausos, sino mi gloria en sus sacrificios ocultos, en sus abnegaciones silenciosas, en su caridad para con los demás sacerdotes, teniéndose siempre en menos que ellos y respetándolos y alabándolos y amándolos en la sinceridad de su corazón.

En este punto hay muchos descalabros que lastimas a mi Iglesia y a mi Corazón; en un punto muy doloroso que me contrista y que ardientemente deseo que se remedie.

¡Cuántas murmuraciones, cuántas malas voluntades, cuántos odios, escándalos, quejas e injusticias se registran en este punto de las envidias entre los míos! ¡Cuántos celos, rencillas y acusaciones exteriores y cuántas amarguras y soberbias y odios interiores despierta este vicio que llega a pasión y ofusca!

¡Satanás siembra esta cizaña en muchos corazones y para él no hay dignidades ni jerarquías que respete su infernal astucia! Siembra la ponzoña de la envidia en los altos y bajos y en todas las escalas eclesiásticas, y se goza en cosechar abundantes y variados frutos, y va siempre a su punto capital, la caridad, y mancha honras, abulta faltas, envenena las rectas intenciones, exagera los juicios; y todo esto tiene por causa las envidias y los celos, que se goza en meter hasta en el Santuario.

¡Cuánto ganaría mi Iglesia si esto se corrigiera en los míos, sacerdotes y comunidades! ¡Cuánta gloria le quita a la Trinidad esa basura que parece de poca monta y que llega a cosas graves que sólo Yo veo y lamento en el silencio de los sagrarios!

Si mis sacerdotes se ocuparan en su transformación en Mí, se acabaría esto y brillaría en ellos mi caridad como radiante sol, disipando las tinieblas en las que Satanás oculta sus perversas mañas e intenciones.

¡Qué más da que algunos me den más gloria –o así lo parezca- en algunas Asociaciones u obras que en otras?

Si todos mis sacerdotes forman un mismo Cuerpo cuya cabeza soy Yo, con una sola alma que es el Espíritu Santo, ¿qué más debe darles ser pies o manos de ese cuerpo místico , si todo es UNO en mi unidad, si todo sirve a un mismo fin de distintos grados? Si todos forman una sola cruz, si son astillas de esa cruz, ¿qué más les da estar arriba o abajo, si todos son mi Cruz?

Por eso insisto en la unidad de ellos entre sí, fundidos en la Trinidad; por eso señalo estos puntos dolorosos que me contristan, para que se quiten, se quemen y consuman en el amor, en el divino fuego del Espíritu Santo que es caridad.

Quiero a mis Obispos y a mis sacerdotes muy puros, muy luminosos, sin mácula que los afee ante mis ojos. Viven en la tierra y tienen su parte de tierra, y tiene que llegarles el polvo de las miserias de la tierra; pero me tienen a Mí y a María, más unidos a ellos que a las demás criaturas; se transforman diariamente en Mí, en el sacrificio de la Misa; andan en contacto casi continuo con la Trinidad, en el ejercicio de su Ministerio; me tocan en muchas almas; me tienen presente en sus oraciones, breviario y deberes sacerdotales; y todo esto los cubre, los ayuda y los eleva sobre las mil pasiones terrenas.

Y si, como deben, tienen vida interior de unión Conmigo y trato íntimo en su oración, parece un contrasentido que con estas armas poderosas, que con estos escudos que los blindan, den cabida a esas miserias que pueden llegar y llegan a pecados y que detienen las gracias para sus almas”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP: XLI: La Sombra del Padre.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS

(De Concepción Cabrera de Armida)

XLI


LA SOMBRA DEL PADRE

La fecundidad del Padre es de tal potencia y naturaleza divina que bastó su Sombra para engendrar en Sí mismo al Verbo en todo igual a Él, con todas sus infinitas perfecciones; las cuales comunicó también al Espíritu Santo, que procede del Padre y del Verbo. Por esto mismo bastó en María la fecunda Sombra del Espíritu Santo, fecundidad que procedía del Padre Virgen, para engendrar en María al Verbo hecho hombre, Virgen también en sus dos naturalezas, divina y humana. Esa Sombra creadora del Padre, reflejándose en Sí mismo, engendró a la Iglesia y a sus sacerdotes eternamente, y les comunicó lo que es Él, divinidad, fecundidad y caridad sin límites.

Esa misma Sombra fecunda del Padre se extiende a los altares para multiplicar (sin salir de su unidad fecunda) al Verbo humanado, en cada hostia y partícula consagrada. Lo multiplica, digo, en su unidad –no la sustancia divina, una, ni las naturalezas divina y humana encerradas en la unidad- sino las especies que, fecundadas en su principio por el Padre y transformada su sustancia por el poder conferido al sacerdote en las palabras de la transubstanciación, encierran vivo y latente en la Eucaristía, mi Cuerpo, mi Sangre, mi Alma y mi Divinidad, una con la del Padre y la del Espíritu Santo.

Pero todo lo que existe y existirá viene y procede de la fecundidad infinita del Padre Virgen, de su unidad en la Trinidad Virgen, eterna y sin principio.

Dios es por Sí mismo Dios, y siente en Sí mismo como la necesidad, en su naturaleza divina, de darse y comunicarse; desde luego a las divinas Personas en una sola esencia, y de difundirse luego en las creaciones del orden natural y sobrenatural. Su primer pensamiento por decirlo así, su primera Sombra, la proyectó en Sí mismo, engendrando al Verbo, y en su Verbo a todas las cosas creadas o por crear. En el Verbo tiene sus delicias, su recreo, su complacencia; su todo; y si ama el Padre a los hombres, es por su Verbo; y si ama a la Iglesia, a los sacerdotes y a todas las almas, es por su Verbo, es por la Sombra fecunda de Él mismo; porque en el Verbo y el Espíritu Santo se mira Él.

¿Quién piensa en la fecunda Sombra del Padre engendrando eterna y constantemente a su Verbo, y en Él y por Él, almas y vidas , en el orden divino y humano, en la unidad fecunda de la Trinidad? ¿Quién agradece esa Sombra fecunda que produce gracia y que comunica los méritos de su Cristo para la salvación de las almas y para más cielo?

Basta la Sombra divina y fecunda del Padre para producir cielo; basta un solo querer del Padre para herir con la gracia fecunda de su poder infinito almas y corazones, no solo por la potencia fecunda de que está llena su mirada, sino porque en Dios su Sombra es divina, su mirada es divina, su Ser es divino, uno con la Trinidad.

El Padre con su Potencia infinita no puede, por decirlo así, estas ocioso o sin difundirse; ya en Sí mismo, en su unidad en la Trinidad; ya en las almas por su Iglesia por el Espíritu Santo en ella.

Quiero que mis sacerdotes tengan en cuenta esta Sombra fecunda del Padre que los envuelve desde la eternidad, para comunicarles el germen santo de la fecundidad santa y virginal de la Trinidad. En Dios todo es Dios y su Sombra no refleja a Dios, sino que es Él mismo, en razón de su unidad; porque la sombra es algo de uno mismo; y en Dios todo lo que procede de Él no lleva algo de Él, sino que es Él.

Y si los sacerdotes los ha envuelto en su Sombra de toda la eternidad, tienen que reproducirlo en sí mismos, recibiendo lo divino, divinizándose. Que piensen Sombra de luz, es pureza, es candidez, es divina fecundidad, que esa Sombra es Dios, que los ama con toda la ternura del Espíritu Santo y que siempre los mira. Que no manchen esa Sombra bendita de luz; que no contristen esa mirada divina que debe siempre complacerse en ellos, que busca amorosa en todos sus Obispos y sacerdotes la transformación en Mí para derramarles el Espíritu Santo, y con El los dones y las gracias para su santificación y la de muchas almas.

Que piensen los sacerdotes en esa mirada fecunda del Padre que los distingue; que agradezcan esa Sombra del Padre que los envuelve, no solo en su imagen santísima, sino en Dios mismo. Que no rasguen ese velo de amor divino que los envuelve; que vivan a la sombra de esa Sombra del Espíritu Santo que aleja a Satanás y que los eleva de lo terreno a lo divino.

En cada sacerdote se proyecta la Sombra creadora y santificadora del Padre por medio del Espíritu Santo. En cada sacerdote se posa la mirada del Padre queriendo absorber en Él todas las miradas del sacerdote, puras, todo su ser santificado y transformado en Mí.

Esa misma Sombra que hizo a María concebir al Verbo hecho carne en sus purísimas entrañas, envuelve al sacerdote en cada Misa en la que renueva la Encarnación del Verbo, su pasión y muerte. Y muchos sacerdotes no se dan cuenta de esa Sombra divina del Padre que desciende sobre ellos en cada Misa; esa Sombra de luz del que es Luz con la que, fecundando las especies, hace germinar en cada hostia al Verbo divino Encarnado.

Que piensen en esa Sombra fecunda de pureza, de luz, de divinidad, de blancura, de cielo, en la que viven los sacerdotes al consagrar, envueltos en esplendores de cielo. Con estos pensamientos que son una realidad feliz, los sacerdotes se enfervorizarán al ver como toda la Trinidad en su unidad los distingue y se les comunica. Y ellos tienen el sagrado deber de recibir, humillados y agradecidos, estas gracias de infinita predilección, de santa fecundidad que deben derivarse de ellos a las almas, y no dejar estériles estos reflejos del Padre en donde está el mismo Dios.

Las encarnaciones místicas vienen también de esta Sombra divina, tan poco meditada y agradecida; de la mirada fecunda del Padre que al posarse de esa manera sacerdotal en alma, comunica a su Verbo –lo único que El puede comunicar- por ser como Él una sola Divinidad.

Como en María se vale, por decirlo así, del Espíritu Santo; pero la Sombra que proyecta el Espíritu Santo en el alma es la Sombra del Padre, Sombra de Luz, de Sabiduría, de Pureza; Sombra fecunda que engendra al Verbo, en cierta manera, en las almas; que refleja, para complacencia del Padre, la Encarnación en María; que reproduce, en cierto modo, el Misterio deleitable para el Padre de la Encarnación real en María. Ama tanto el Padre este Misterio de amor que le encanta reflejarlo, realizarlo místicamente en algunas almas, aunque pocas, para recrearse en él, y para bien de muchos! Hace con esto un canal de gracias para el mundo, al comunicar fecundidad purísima que engendra almas para el cielo.

Los sacerdotes reciben en las Misas, como dije, esta gracia de la fecundidad del Padre, y por eso las misas tienen valor infinito, porque baja el Verbo al altar y transforma al sacerdote en Mí mismo; por eso lo mira el Padre, le sonríe el Padre, lo envuelve el Padre con su luminosa Sombra fecunda que produce al Verbo; por eso concede gracias, y también por eso mismo, el Padre es ofendido vilísimamente –y por Mí mismo, en cuanto que el sacerdote esta transformado en Mí- y casi infinitamente, cuando consagra un sacerdote indigno de ser envuelto en aquella Sombra, de ser mirado con complacencia divina, obligándome a Mí mismo, UNO con el Padre, ¡a ofender al Padre!...

¡Crimen es éste que solo la gran misericordia de Dios perdona; ofensa que es esta que solo Yo, el Cordero inmaculado, puedo redimir y borrar!

Que piensen, que se penetren seriamente y profundamente mis sacerdotes de estos pensamientos de la Sombra del Padre, de la mirada del Padre, de la Sombra del Espíritu Santo por el Padre, de la ternura incomparable de la Trinidad. Y que los culpables se arrepientan, y que los buenos se enfervoricen para su bien, para el bien de mi Iglesia y para la gloria de mi Padre, que no puede darles más, porque les ha dado a Mí mismo, su Verbo, por el Espíritu Santo.

Ya no más pecados ni ingratitudes en los míos; que reaccionen, si me aman, y que sean por fin una cosa Conmigo en la unidad de la Trinidad”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP: XL FECUNDIDAD DE LA VIRGINIDAD.



MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS

(De Concepción Cabrera de Armida)


XL

FECUNDIDAD DE LA VIRGINIDAD

Insisto en la pureza de los sacerdotes, en la virginidad en las almas y en los cuerpos sacerdotales.
La Trinidad por virgen es más fecunda, y éste es uno de los misterios más altos de la Trinidad: la fecundidad en la unidad. Porque el Padre, virgen, es fecundado en Sí mismo, y con tal potencia divina, creadora, santificadora, que al engendrar al Verbo, en todo igual a Él, en ese instante feliz y eterno, procedió de ambas Personas divinas el Espíritu Santo, santificador por lo que tiene del Padre y del Verbo, que es al mismo tiempo el Espíritu del Padre y del Hijo, su Soplo amoroso, el lazo perenne de amor que los une eternamente en aquella unidad de esencia une eternamente en aquella unidad de esencia que produce y reproduce mundos y almas y seres que lo alaben, y reflejen su procedencia, que es en sustancia y esencia el amor.

El amor es la esencia y la felicidad de Dios; pero amor UNO, con flujo y reflujo en las tres Personas vírgenes en su unidad y múltiples en sus irradiaciones infinitas, que salen de la unidad –como miles de rayos del Sol de la pureza y de la virginidad- de la Trinidad Santísima, y que vuelven al mismo Sol de donde partieron. Reflejos cándidos, esplendores nítidos de una Pureza-amor, de un amor infinito de infinita pureza.

Por eso la pureza refleja a Dios, la virginidad asemeja a Dios, que al reflejarse en las almas vírgenes, en las almas cándidas y puras, atraen (como imán al acero) las cualidades de Dios, el atributo de su fecundidad espiritual y divina. Y este efecto que se produce felizmente en cualquier alma virgen, con más razón y derecho se comunica a las almas vírgenes de los sacerdotes, a las almas puras de los que son míos.

La virginidad no se recupera una vez perdida, pero la suple la Trinidad en los suyos por la castidad y transformación en Mí; esta transformación tan pedida por Mí en estas confidencias, sino hace que recuperen la virginidad perdida, sí los asemeja a ella, por la castidad y la unión divina que le comunica la Trinidad-Virgen, por su contacto purísimo con lo divino de mi esencia y por la gracia del Espíritu Santo.

Claro está que las almas de los sacerdotes que no han perdido la virginidad, esa fecunidad que comunica Dios a las almas vírgenes es más espontánea; pero para consuelo de muchos, la suplen, como dije, los grados mas o menos elevados y similares de su transformación en Mí. Ese contacto constante con la Trinidad-Virgen, que tiene y debe tener el sacerdote, lo blanquea, lo purifica, lo sublima, lo une íntimamente con la pureza misma, lo angeliza y lo lava y lo pule para la unidad en la Trinidad.

Por ese ser eterno de la Virginidad en la Trinidad, pido la pureza en mis sacerdotes, engendrados en el seno mismo del Padre donde yo fui eternamente engendrado con la fecundidad divina, con la potencia infinita del Santo, del Puro, del Inmaculado Amor.

Por esto mismo los sacerdotes, distinguidos entre los mortales por este noble origen, tienen la más que sagrada obligación de ser no tan sólo castos, sino puros; vírgenes reales, o puros por su transformación en el que es Luz de Luz y eterno foco de inmarcesible blancura.

De todos modos, tienen los sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen para poder cumplir con su purísima y sagrada misión de engendrar, a su vez, almas santas para el Santo de los santos, almas puras, nacidas y criadas al reflejo de la pureza.

Deben asemejarse, por su transformación en Mí, al Verbo hecho hombre todo pureza, todo pureza en sus dos naturalezas; y esta transformación en Mí es la que precisamente les acarrea la mirada amorosa y fecunda de mi Padre que, al mirarlos –complacido y sonriente, por lo que de Mí tienen en su transformación más o menos perfecta- les comunica una de sus cualidades propias, la fecundidad divina, para producir en las almas lo divino y para que le den en ellas gloria como Él la quiere, gloria de pureza.

Éste es el secreto del apostolado fecundo de los sacerdotes, su transformación en Mí, que le merece la fecundidad del Padre comunicada para el fruto de ese apostolado.

Un sacerdote que no tiene la mirada del Padre, que no recibe la fecundidad del Padre, que no es virgen, ni puro –ya por no haber conservado intacta esa pureza, ya por no haberla comprado en cierto sentido, por su transformación en Mí-, no dará fruto de vida eterna, y su contacto con las almas será estéril y su palabra infecunda, y su cosecha vana y nula, y de ningún valor para el cielo.

Ya se ve si es cosa seria eso de que los sacerdotes sean otros Yo en su transformación en Mí puro, en Mí luz, en Mí candor, en Mí víctima; que si soy acepto al Padre en cuánto hombre, es por mi inmaculada blancura, es por mi dolor inocente, es por méritos sin mancha, por mi unión virgen con la Trinidad-Virgen.

En María Virgen, en la Iglesia Virgen y en las almas vírgenes tiene sus delicias toda la Trinidad, y el cielo entero las mira con amor.

Y el Espíritu Santo también es Virgen, ¡cómo no!, ¡si es en su unidad con la Trinidad la fecundidad eterna del amor! Por eso tiene El que ver tanto con el sacerdote, por su fecundidad virgen en la gracia y en el amor. Las expresiones todas al consagrar al sacerdote y al Obispo, todas son de unión, de unción, de pureza y de amor, todas simbolizan la fecundidad del amor, la unidad en la Trinidad del amor.

Y si deben tanto al Espíritu Santo los sacerdotes, ellos también deben transformarse en Mí, poseer plenamente al Espíritu mío que los anime, y les dé vida eterna y fecunda, que los purifique y santifique con el caudal de sus Dones y Frutos, y que por ese contacto íntimo con el Divino Espíritu posean pureza, trasciendan pureza, esparzan pureza, comuniquen pureza a las almas derramando en ellas el reflejo de la virginidad de la Trinidad, unificándolas por la pureza en la unidad. Allá va a parar toda la perfección divina y humana; a esa unidad-pureza, unidad-luz, unidad-amor, que todo lo abraza, que todo lo abarca, que todo lo fecunda y que es, en su virginidad infinita, el eterno foco de toda vida”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP: XXXIX: ¡PIDO PUREZA! ¡PIDO PUREZA!...

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A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS

(De Concepción Cabrera de Armida)

XXXIX

¡PIDO PUREZA! ¡PIDO PUREZA!...


“¡Por todo lo dicho se verá si deben ser puros los que toquen a mi Iglesia, cándida y sin mancha!, ¡si esos corazones que la forman deberán tener la nitidez de la nieve, una blancura más que de ángeles! ¡Ya se comprenderá que las manos que me toquen y los labios que pronuncien las palabras divinas de la Consagración deben estar purificados de toda mancha!¡Cómo esas manos deben derramar beneficios!, ¡Cómo esos labios no se han de abrir sino para ensalzarme en el altar y en las almas!, ¡cómo esos corazones, sobre todo, deben –como cristales- reflejar la Trinidad y ser más que copones que me contengan, otros Yo, cándidos y puros, limpios y santos, unidos a la Trinidad!

Más para esto, los sacerdotes, más que nadie, deben usar muy frecuentemente del sacramento de la Penitencia, pues que ángeles deben ser para cada acto de su ministerio, limpios de corazón para reflejar a Dios a quien representan. ¡Cómo late mi pecho al considerar una legión de sacerdotes realizando estos ideales de mi Corazón! ¡Si son los otros Yo, mi Padre los escuchará complacido y les sonreirá, porque en ellos me verá a Mí; y en vez de hacer ellos la voluntad de Dios, Dios hará la suya, porque será una sola voluntad con la de Él, un solo querer y amor en Él!

¡Qué indispensable es que todos los sacerdotes tomen en serio su transformación en Mí en esta época del mundo en la que más que nunca debe parecérseme! ¡Qué necesaria es la unidad en ellos, formando un bloque de corazones puros, de manos cándidas que me levanten al cielo pidiendo misericordia!

¡Qué feliz sería mi Corazón si México se distinguiera en esta falange de sacerdotes santos, en esta reacción universal que quiero para salvar al mundo que se hunde en el sensualismo! Basta ya de crucificarme doblemente en los altares por los corazones no limpios, no fervorosos, no sacrificados, no enamorados de la Trinidad y de la Iglesia de quiénes son y a quienes pertenecen.

Quiero almas sacerdotales que detengan la ira del cielo sobre las naciones; éste será el único contrapeso a tanta maldad, al odio satánico a mi Iglesia y a mi Corazón, de tantas almas.

Un núcleo de sacerdotes santos será capaz de transformar al mundo con su vida de unión Conmigo y con la pureza de sus corazones.

Tengo sed de pureza que es lo que más asimila a Mí. Tengo sed de sacrificio para unirlos a los míos y ofrendarlos al Padre como incienso de expiación infinita. Quiero que mis sacerdotes olvidados de sí mismos, puros y víctimas, me ofrezcan y se ofrezcan por la salvación del mundo, por la regeneración de los sacerdotes caidos, por los sacrilegios en los que me veo diariamente envuelto.

Pido y clamo hoy a mis Obispos y sacerdotes un impulso de pureza, por María, para mi Iglesia pura, para gloria de la Trinidad virgen. ¡Pido pureza!... ¡Pido pureza!...
¿Me la podrán negar los corazones de los míos a quienes amo con la ternura de mil madres, con la candidez de un Dios?... Por mi Sangre, por su vocación sublime, por mis predilecciones sin nombre, les pido pureza y unidad en la Trinidad.

Les pido que aviven en sus almas su amor a mi Iglesia, y que la sostengan, y que la defiendan y amparen, y le den gloria con miles de almas puras. El pecado de impureza ha cundido espantosamente desgarrando mi Corazón; por eso clamo: ¡pureza, pureza!... ¿Y a quien he de pedirle primero, sino a los míos en quienes tengo derecho de amor y de predilección?

¡Que me consuelen con sacerdotes santos!

Que me los pidan y que me los de sacrificándose para comprarles gracias en unión del Verbo; gracias y virtudes y dones, que, aunque los dones se dan, el terreno se prepara con virtudes para recibirlos”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP: XXXVIII: Las tres Iglesias.


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A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS

(De Concepción Cabrera de Armida)

XXXVIII

LAS TRES IGLESIAS


Las tres Iglesias reflejan la imagen de la Trinidad en cierto sentido y bajo diferentes aspectos, pero tienen todas tres su unidad en la Trinidad.

La Iglesia militante lleva la trinidad; esa Iglesia y sus sacerdotes, Conmigo, fue engendrada en el seno amoroso del Padre, que la ampara muy especialmente; le dio a su Hijo, el Verbo hecho carne, para que la conquistara y preparara, para que le dejara no solo sus infinitos méritos comprados con dolor en la tierra, sino aun su Persona divina y su Humanidad en la Eucaristía; y le envió al Espíritu Santo para sancionar sus sacramentos, el Papado y las jerarquías eclesiásticas, y divinizar todos sus actos. No hay acto en la Iglesia en donde no esté toda la Trinidad operando, amparando, divinizando y sancionando, la Trinidad en su unidad.

La Iglesia purgante parece abandonada de la Trinidad y no lo está. El Padre la mira compadecido y la Sangre de su Hijo compra gracias de expiación a las almas, por la redención, y limita la duración y la intensidad de sus penas.

Yo, el Verbo hecho carne, tengo mucho que ver, por decirlo así, con el purgatorio, porque ahí tengo almas amadas y salvadas con mis infinitos méritos; almas santas que contristan mi Corazón de hombre al verlas sufrir, y las consuelo y purifico para el cielo.

Y el Espíritu Santo-Amor les da muchos de sus Frutos y las alienta en la paciencia y las purifica de toda escoria humana de su amor. El se ocupa de divinizarlas para el cielo, y las consuela además, porque es el Espíritu Consolador. Unifica también todas esas almas en la esperanza y las unifica en la Trinidad que las espera, que suspira, por decirlo así, por hacerlas felices, por comunicarles lo que Dios comunica, lo único que puede comunicar, AMOR, amor de caridad, por absorberlas cuanto antes para sumergirlas eternamente en el océano infinito del amor sin fin.

La Iglesia triunfante es como la victoria alcanzada por la Trinidad, la que cantará eternamente el himno de su triunfo después de la lucha y de la purgación de las almas. Las almas bienaventuradas son el trofeo de la victoria del Verbo hecho carne, salvadas con su sangre, conquistadas por el Espíritu Santo, por la gracia y sus inspiraciones y cuidados, para presentarlas al Padre transformadas por fin en amor. Limpias, luminosas, purificadas, santificadas y divinizadas por el Espíritu Santo, las presento Yo al Padre que las abraza y se les da con fruición, y las introduce en el gozo sobre todo gozo de la unidad en la Trinidad.

Y todos los días y a todas horas le presento Yo a mi Padre esas almas (conquistadas por Mí en la tierra de mi Iglesia militante y purgante) limpias, puras y santas para que lo glorifiquen eternamente.

Ya se comprende si amará la Trinidad a esa Iglesia, una en tres, que le reporta gloria accidental por toda la eternidad. Y el Padre ama a las almas salvadas, y las envuelve, y las atrae, y las penetra con el Espíritu Santo; las ama por lo que llevan de la Trinidad, por el reflejo que tienen de Dios mismo, y las consuma en su eterno principio, que es Él, y las unifica en la unidad de la Trinidad.

La Trinidad es la que constituye el cielo, la que le da ser y vida y felicidad inenarrable y eterna. María y los ángeles y los santos y bienaventurados, todos están endiosados en Dios, divinizados en la Divinidad y absorbidos en la unidad de la Trinidad, piélago de amor infinito, abismo sin principio ni fin de todo lo deleitable, puro y santo.

Solo que en estos arcanos infinitos de amor, cada alma se llenará de más o menos intensidad de amor, en su dicha, cuanto hayan sido sus méritos y gracias en la tierra. Y aun esos méritos se premiarán en atención y por virtud de mis infinitos méritos. Porque Dios no premia a las almas sino por lo que de Mí tienen, y que compran con la cooperación de sus virtudes; premia el parecido Conmigo –su Hijo divino, que forma sus delicias- y la mayor o menos transformación en Mí alcanzada en la tierra.

Si Dios ama a las almas es por su reflejo en ellas, porque Él no puede amar sino a Sí mismo, pero como quiso derramarse en las almas para su gloria, por eso fue la redención; y para salvarlas es su Iglesia con todos los tesoros que encierra, derivados de mis infinitos méritos de hombre-Dios, y con la asistencia de la Trinidad.

Solo por la Iglesia hay salvación; solo por la Iglesia, imagen de la Trinidad, hay cielo; solo por la semejanza con el Verbo hecho carne hay premio; solo por la unidad en la Trinidad hay gozo perdurable”.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP: XXXVII: Unidad - Virginidad - Fecundidad.


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A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS

(De Concepción Cabrera de Armida)

XXXVII

UNIDAD – VIRGINIDAD-FECUNDIDAD
“No existe una cosa más comunicable que la unidad. Parece esto un contrasentido, pero es maravilloso contrasentido que efectúa el milagro de la multiplicidad en la unidad.

La virginidad es unidad; y nada tan fecunda como la Trinidad, como María virgen, como la Iglesia-Virgen, como las almas vírgenes. Esta es una comparación, en cierto sentido, gráfica de la unidad de la Trinidad. Pero, si la virginidad trae la fecundidad, es por el reflejo de la Paternidad eterna, es decir, del Padre, que eternamente engendró al Hijo por Sí mismo. Pero esta fecundidad en la unidad solo pudo realizarla el amor, la potencia infinita del amor, el ardor y fuego e impetuosidad del amor divino, que haciendo –por decirlo así- divina explosión en el Padre, hizo que fuera engendrado el Hijo en aquel eterno arrebato. Deleitable y candidísimo del amor.

En cierto sentido se puede decir que el Verbo recibió el ser del Padre por el amor; que el amor es la sustancia del Verbo por ser la sustancia del Padre; que el Padre engendró al Hijo, y con Él a su Iglesia, a los sacerdotes y a las almas por el amor, con sustancia divina de amor, de ese amor en el que se derrama la Trinidad en las creaciones y almas y vidas y cuando existe y existirá fecundado todo el amor. Por eso el amor es el que fecunda, porque procede de aquel volcán infinito de amor, de solo amor, de puro amor fecundísimo en su virginidad, en su unidad.

Pues bien, las almas vírgenes reflejan la fecundidad del Padre, y un alma virgen no deja estéril su paso por la tierra, porque lleva el germen fecundado de la Trinidad que es una sola esencia y vida en Tres personas unidas, identificadas, sublimadas y perfectísimas, porque son amor.

Por eso también quiero a todos mis Obispos y sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia-Virgen almas para el cielo.

¡Y si dijera que el cielo es virgen, porque lo forma la unidad, porque lo constituye el amor! ¡El cielo virgen!... Sí; el cielo virgen, fecundado por el amor, que es gozo infinito, que es delicia eterna, que es unidad sin fin, que es centro único de todas las dichas, porque lo forma Dios. Dios es un piélago de amor, un mar sin riberas de amor, un espacio infinito y sin fondo de amor…

Dios es amor, se dice pronto; pero en ese Dios amor y unidad, se encierran derivaciones infinitas, extensiones incalculables, hermosuras y venturas inenarrables, por ser amor.

Por tanto, ya se ve la grandeza y sublimidad de Espíritu Santo que es la Persona del amor y la que procediendo del Padre y del Hijo, es sin embargo, el amor y las delicias y la virginidad y la unidad entre el Padre y el Hijo.

Y ¿por qué es virgen la Trinidad? Porque es unidad, porque nada tan fecundo en Dios como esa unidad que, difundida, por decirlo así, en tres Personas divinas y distintas, es una sola unidad, una sola voluntad, una sola caridad eterna.

Y ¿por qué es virgen el cielo? Porque, aunque sus delicias y gozos son múltiples, están encerrados en la unidad virgen y fecunda, en la unidad de Dios, dentro de la cual se reproduce sin cesar la embriaguez del amor purísimo de la Trinidad. Ahí todos los goces son un gozo; todas las dichas, una dicha; todas las felicidades, una felicidad; porque las formas la unidad de Dios.

Dentro de esa unidad se encierra el cielo y la tierra, y lo existente y lo por existir. Pero el cielo es la expansión del amor unitivo: se descorre el velo de la fe que encubre a Dios e la tierra y se goza plenísimamente en Él, dentro de Él, que todo lo llena –mundos, eternidades y creaciones- en un punto infinito que es la unidad.

¡Qué incomprensible es Dios!...

Si no fuera incomprensible, no sería Dios. Solo Dios se comprende y se abarca a Sí mismo. Dios es misterio, pero misterio de Luz sin principio; y la fe en su oscuridad y misterio es luz, porque viene de Dios directamente, que es luz.

¡Ah! Los arcanos de la Trinidad sólo los entiende la Trinidad; y su eterna dicha es, en su unidad, el secreto infinito de la Trinidad. Ella tiene para Sí misma abismos y secretos en los que divinamente se goza, y solo sus reflejos, sus resplandores, sus efluvios son los que hacen eternamente felices a los bienaventurados; pero en la Trinidad hay abismos que ni el ángel ni el hombre alcanzarán jamás a penetrar y a comprender. ¡Abismos inexplorados, vírgenes, en los que la Trinidad-Virgen en Sí misma se deleita, se extasía se recrea, se goza, infinitamente desde el principio sin principio, desde que Dios es Dios!”

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XXXVI: Lo que es la Iglesia.


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A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS

(De Concepción Cabrera de Armida)

XXXVI
LO QUE ES LA IGLESIA

“Mis comunicaciones son amor, y el bien inmenso que a mi Iglesia reportarán estas confidencias es amor, y la cadena de gracias individuales para Obispos y sacerdotes, presentes y futuros es también amor.

Yo no me muevo, por decirlo así, sin derramarme en amor, sin esparcir amor. Y esta prerrogativa tiene mi Iglesia comunicada por Mi: el ser toda amor, toda caridad maternal para con sus hijos.

Dios eternamente ha sido amor y su amor no tuvo principio ni tendrá fin; pero todo lo que hice antes de que existiera mi Iglesia era porque tenía presentes los méritos infinitos del Verbo hecho carne y ya con esa sangre futura y en virtud de esos infinitos méritos –para Dios presentes- quería el bien de las almas y les preparaba el tálamo de sus amores en la Iglesia santa, reflejo eterno de la Trinidad.

En Dios todo es presente, y se gozaba ya en ese reflejo celestial y único en su unidad, reflejo y luz inaccesible y rayo infinito de la Trinidad. Tenía su vista fija en esa Esposa amadísima que había de venir, cimentada con la sangre del cordero y comprada con lo divino de un Dios hombre. Por eso la Iglesia, en su principio y en su desarrollo, es divina, es reflejo de la Trinidad en sí misma y es depositaria del cielo, mansión de esa amable e infinita Trinidad.

La Iglesia encierra todos los carismas del Espíritu Santo, toda la ternura del Padre, toda la Sangre preciosa y salvadora del Verbo hecho carne. Mi Iglesia es santa, es pura, es amorosa, es madre, es fecunda por lo divino del Padre que lleva en sus entrañas.

Aunque fecundada por el Padre, la Iglesia es Esposa del Hijo y Madre de todos los fieles por el Espíritu Santo que le hace sombra, que es su alma y su vida.

El Padre engendró a la Iglesia para ser mi Esposa –la Esposa de los sacerdotes transformados en Mi-, pura y santa sin mácula también. La eterna y divina generación es pura y todo lo que procede de la Trinidad es puro también, es luz, es pureza, es la pureza misma, la diafanidad infinita de un Dios, Luz de Luz.

Esta Esposa purísima es la Esposa del Cordero que engendra vírgenes, porque viene de la Trinidad Virgen, de María Virgen. Y este Cordero purísimo busca siempre lo único que lo atrae, como reflejo de la Trinidad-Luz, de la Trinidad-Pureza; busca pureza en su Iglesia inmaculada, busca almas puras o purificadas en donde reclinarse, busca sacerdotes que formen esa Iglesia –como corona de azucenas-, con almas y cuerpos puros, porque lo manchado repugna en su blancura.

Por eso la Iglesia exige, para que lleguen sus sacerdotes al Altar, para que se unan al Cordero, almas y cuerpos puros o purificados; almas sin mancha, almas de luz, con tendencias siempre puras, con anhelos celestiales.

Esa es mi Iglesia, imagen y reflejo de la Trinidad, que lleva consigo en cada uno de sus actos a la Trinidad misma. Es la pureza comunicada con la Trinidad: la que borra todas las negruras, la que limpia desde el bautismo la mancha de origen, la que baña, la que blanquea, la que ilumina, la que transforma, la que convierte lo negro en blanco, la que da al mundo la Luz del mundo, al Candor que soy Yo, la que lleva al cielo.

Y siendo esto así, claro está, que a mi derredor –ya que habito personalmente y realmente en mi Iglesia y en la Eucaristía, con mi Humanidad y Divinidad inseparables –sólo quiero corazones puros, sacerdotes sin mancha, una generación de pureza y de luz, para que manejen debidamente los tesoros purísimos del cielo.

¡Qué grande y qué hermosa y qué pura es mi Iglesia en donde se complace y habita en la tierra de la Divinidad, es decir, el AMOR! Siendo el Ser de Dios darse y comunicarse, no encontró todo un Dios sapientísimo un medio mejor para derramar en las almas su caridad infinita que la Iglesia.

Es tal el ardor, el fuego infinito y sano, el combustible poderoso, inmenso e infinito y eterno del amor, que no cupo –por decirlo así y tomando el modo de hablar de los hombres-, que no hubiera sido posible que cupiera y que lo soportara una sola Persona divina, aunque infinita, y tuvo que derramarse en Tres Personas, siendo una de Ellas el Amor mismo, que, concentrado, fuente y manantial del amor, se derrama en las otras Personas como impetuoso torrente en un deleite eterno, en una inefable fruición.

Y aunque el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, las tres Personas son eternas, y al realizar estos portentos –del Padre engendrando al Verbo y del Espíritu Santo procediendo de los dos uniéndolos-, fue tan subido en quilates, en ardores santos, en fuegos más que volcánico e inextinguible, y suave y puro y santo y eterno ese AMOR, que tuvo que constituir una Persona Divina que lo contuviera, que lo difundiera con un temple divino a la vez, para no derretir, para no liquidar con su intensidad infinita a todo un infinito Dios…

Por eso Dios en su mismo ser lleva la tendencia a comunicarse, a difundirse, a derramar su hermosura; a no ser Uno, sino Tres en Uno; a no ser Santo, sino Tres Santos en una Santidad; tres Divinos y Eternos, en una sola Divinidad y Eternidad.

Y como Dios siempre es Dios, es caridad difusiva, es unidad comunicable, tiende y busca –como las llamas de un gran fuego- a quienes incendiar de amor, a quienes hacer felices con su felicidad, santos con su santidad y eternamente dichosos con su dicha infinita.

Y de aquí que la Iglesia, dueña de ese Dios unidad, de ese Dios infinito; la Iglesia sea el único conducto para el cielo, la única unidad en la tierra para llevar a las almas a la Trinidad; la única puerta de salvación; el único asilo de paz, de verdad, de estabilidad, de luz y de amor”.

"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. Capítulo XXXIV: Origen del sacerdote.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS


(De Concepción Cabrera de Armida)

XXXIV

ORIGEN DEL SACERDOTE



“Cuando el Padre engendró al Hijo desde toda la eternidad sin principio, engendró con Él, en cierto sentido, a los sacerdotes. De allá procede la generación espiritual y en cierta manera divina del sacerdote, en la del sacerdote eterno, en el entendimiento y en el corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo. Tan alta, tan santa y distinguida, nacida del amor –es decir, del concurso del Espíritu Santo con el Padre (aunque el Espíritu Santo proceda del Padre), en aquel arrebato de inefable amor, al engendrar al Verbo, todo igual al Padre-, fue la concepción eterna de la Iglesia y de sus futuros sacerdotes.

Ya se recreaba desde aquella eternidad el Padre al ver a su Hijo amadísimo en los sacerdotes, y por esto mismo los amaba. El Padre, como frente a un espejo, refleja en el Hijo toda su perfección, hermosura y querer. Y la luz que ilumina estas perfecciones eternas es el mismo Espíritu Santo, que es luz, porque es amor; y es amor porque es luz. Y en aquel espejo, el Verbo –iluminado por aquella refulgente y divina luz, procede del Padre y del Hijo, es decir, del Espíritu Santo-, sonreía el Padre al contemplar a sus sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama.

Ya se verá si las vocaciones sacerdotales, pueden tener origen mas alto, más santo, más perfecto, engendradas por el Padre eternamente al engendrar al Verbo, que lo reproducía en todos sus esplendores, con toda la pureza, la fuerza y el amor y el amor infinito de la Divinidad. En Dios, lo futuro es presente, y el Padre veía al verbo reflejado en su Iglesia que lo poseería; y veía además una a una, todas las jerarquías esclesiásticas, cuyo principio en la tierra es el sacerdocio, pero cuyo principio divino es la Trinidad Santísima de quien proceden.

Y si ya veía también la Santísima Trinidad todos los defectos e ingratitudes de los suyos, ¿por qué sin embargo fundó su Iglesia?

Por su amor, porque su amor es más grande que todo, lo abarca todo, lo avasalla todo, pasa por todo; porque el amor es Dios, porque su caridad es infinita, porque su ser es darse, comunicarse, difundirse; porque las almas, imagen de la Trinidad, tienen tal atracción para la Trinidad misma, que las ama con pasión infinita, con pasión de un Dios.

Y por eso dio el Padre a su propio Hijo para salvarlas; para que ese reflejo de la Trinidad que lleva cada hombre volviera a la Trinidad misma. Y para ese fin fundo su Iglesia; y para que la defendieran y ampararan y salvaran a las almas, dio tan alta generación, en el seno del Padre, a los sacerdotes.

Y con este fin vine Yo al mundo, para que me conocieran, imitaran mi vida, mis virtudes, mi amor al Padre y glorificaran a la Eternidad, dándole almas santas y volviendo a la Divinidad lo que tienen las almas de divino, un soplo del Altísimo, una imagen de la Trinidad, un reflejo inmortal de Dios mismo.

Por eso valen tanto las almas, por venir de la Trinidad para volver a Ella y glorificarla eternamente. Más para salvar y santificar esas almas en el destierro, creé a mis sacerdotes, y engendrados por el Padre, nacieron en mi Corazón por el amor, es decir, por el Espíritu Santo.

En el entendimiento del Padre fueron engendrados eternamente; y cuando el Verbo se hizo hombre, en su Corazón nació la Iglesia. Y en ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia, siglos antes anunciada, pero cuyo principio fue mi sacrificio de la Cruz, en lo alto del Calvario, a la sombra de María.

Pentecostés fue el principio de su extensión por el Espíritu Santo. Mi vida fue su anuncio; el Calvario, su cuna con María; y fueron sancionados divinamente en mi Ascensión a los cielos.

Y así engendrados mis sacerdotes y nacidos en mi Corazón, ¿Cómo no amarlos con pasión divina, con el amor infinito de la Trinidad? ¿Cómo no los ha de ver el Padre con la ternura misma con que me ve a Mi?¿Cómo no ha de querer asemejarlos al Verbo hecho hombre, en sus virtudes, en su Cruz, si los lleva en su alma? Y ¿cómo el Espíritu Santo –que es el alma de la Iglesia, porque es El como el alma del amor-, no ha de querer a sus sacerdotes perfectos, y poseerlos, avasallarlos y guardarlos en la intimidad de Sí mismo, y derretirlos al contacto mismo de sus Dones que queman, y ampliar así mismo su capacidad de poseerlo?

¿Cómo no tener derecho la Trinidad a quererlos muy santos y perfectos, si deben reflejar su origen, si nacieron en mi Corazón, si tienen que ir al cielo y que poblar el cielo?

Dios no puede amar más que a Sí mismo y a todas las cosas en Él. Él es amor, y los sacerdotes en rigor ¿no tuvieron el principio divino de sus vocaciones en el seno del Padre?, ¿no participaron de las facultades intimas del Padre, como son la fecundación y el amor? Ellos, repito, deben engendrar almas para el cielo, deben llevar lo que tienen de divino a la Divinidad misma, lo que tienen de la Trinidad, a la Trinidad misma, y evitar que caigan en el fango esos tesoros inmortales.

El cielo no es sino la extensión de la Santísima Trinidad; la extensión, la dilatación del amor en el amor mismo. Y todo amor debe volver al amor, su centro; y todo el desequilibrio del hombre está en olvidar ese divino amor, en sustituirlo con las concupiscencias y desviarse de ese amor que debe llevarlo a su centro, que debe volverlo al cielo.

Las almas salieron de la Trinidad y para su eterna dicha deben vivir –en la tierra y en el cielo- de la Trinidad. Y para este fin fue creada la Iglesia y con este fin engendrados los sacerdotes, el de llevar las almas a la Trinidad por los medios puestos a su alcance en la Iglesia.

Y si toda alma debe vivir de la Trinidad para volver a Ella, ¿con cuánta mayor razón los sacerdotes?

Las almas son una extensión también de la Trinidad, su cielo en la tierra, y como a Ella se les debe respetar y amar en lo que tienen de inmortal y divino.

Los sacerdotes son como una creación aparte, con más carismas, formados con más amor, queridos con más predilección; y por tanto, deben corresponder fidelísimamente a esta elección de la Trinidad, transformándose en Mí crucificado, porque sólo la virtud de la Cruz nunca queda infecunda.

Todo puede fracasar, menos un sacerdote crucificado por mi amor en sus deberes, en su conducta, en sus relaciones, en su proceder, en su intimidad Conmigo (olvidado de sí mismo), en su esfuerzo para glorificar, en sí y en las almas, a esa Trinidad inefable de donde vino y a donde va.

Ésta es la razón de mis quejas en estas confidencias de mi alma. Quejas de amor dolorido, pero siempre de amor; quejas de caridad, porque en lo mío todo es caridad; quejas para curar, quejas para perfeccionar, quejas para premiar.

¿Se ve claro con todo esto el ideal de mi Padre en cada sacerdote, reproducirme a Mí? ¿Se ve claro el anhelo del Espíritu Santo en santificar más y más a esos corazones? ¿Se ve claro mi fin de caridad al desear ardientemente una reacción poderosa, efectiva y real, en todos mis sacerdotes para bien de sus almas, de la Iglesia y del mundo, y gloria de la Trinidad?”

"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXXIII: Cómo mira Jesús al sacerdote.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS.


(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)


XXXIII


COMO MIRA JESÚS AL SACERDOTE


Mi eterna mirada sobre mis sacerdotes, mirada purísima de amor, d elección, los envolvió eternamente y abarcó no solo a su alma predilecta, sino a miles de almas también, pues que cada sacerdote es cabeza de otras muchas almas.

Yo al mirar eternamente a un sacerdote vi en él a un escuadrón de almas por él engendradas con la fecundación del Padre, por él redimidas en unión de mis méritos por él formadas, santificadas y salvadas, que me darán gloria eternamente.

Esa mirada de la Trinidad, al engendrar en su mente un alma de sacerdote, producida en Mí por el Padre y el Espíritu Santo, ya abarcaba en el tiempo –por el concurso del sacerdote-, un mundo de otras almas que a su tiempo engendraría él espiritualmente en mi Iglesia para darme gloria.

La vida del sacerdote no es como la de cualquier extraño, una sola, no; en la vida del sacerdote, Yo veo muchas vidas (en el sentido espiritual y santo), muchas derivaciones de vida, muchos corazones que me darán eternamente gloria.

Cada sacerdote, concebido eternamente por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo. No es cualquier cosa la vida de un sacerdote, tiene un origen espiritual y divino; tiene un germen del cielo; tienen concurso de la Trinidad; tiene algo de infinito procedente del Padre y de su fecundidad que comunica al sacerdote para que le dé almas. Por eso es tan sublime, tan santa, tan sobre humana la vocación de un sacerdote y su misión en la Tierra.

No hay idea en el mundo material ni en el intelectual de la grandeza de un sacerdote. Yo fui y soy el Sacerdote Eterno; y como Yo vengo del Padre, los sacerdotes –hermanos míos- vienen también de ese Padre amado, y por el Espíritu Santo (que procede del Padre y del Hijo) son sublimados.

Toda la Trinidad concurre en la formación de un sacerdote; y no hay altura en el cielo ni en la tierra, después de la Trinidad y de María, comparable con la del sacerdote.

Ya se verá si tiene por derecho, por consanguinidad –si cabe decirlo- con la Trinidad, por sus inmensas prerrogativas, si tiene que ser Santo.

Pero, a pesar de traer el sello para el cielo, está en la tierra, y como hombre está sujeto a las miserias del hombre; la vocación divina sin embargo lo defiende, lo inclina a lo puro y a lo santo; y si llega a descarriarse y a pisotear su santa vocación es por su culpa, pues que un sacerdote tiene más medios, más gracia, doble poder para vencer las tentaciones de los enemigos del alma. Nació para el Santuario, y el Santuario tiene poderosos medios para librarlo.

La Trinidad tiene con las almas de los sacerdotes relaciones íntimas y divinas, repito; y si el sacerdote no las ve, no las conoce, no las siente, es porque cierra los ojos y el entendimiento y el corazón para no sentirlas; pero existen muy hondas y profundas. De manera que, si es alma interior y de oración, pura y crucificada, sin duda ninguna que las divinas irradiaciones lo bañarán.

He bosquejado apenas el origen divino, aunque humano también, del sacerdote; la altura de su generación particular y espiritual, engendrado por el Padre y nacido por el Espíritu Santo en mi mismo Corazón; porque los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia, sus mismos latidos.

Pues bien; si de tan alta generación, especial y exclusiva para formar mi Iglesia en la tierra vienen mis sacerdotes, ¿se comprende ahora el por qué de mis doloridas quejas, el anhelo vivo, el derecho que tengo de quererlos santos, de exigirles la perfección altísimo que espera de ellos la Trinidad?

¡Oh, si mis sacerdotes reflexionaran en la sublimidad de su ser, en la inconcebible predilección de la Trinidad que, como quien dice, apartó y aparta para su Iglesia amada esas almas selectas y escogidas desde la eternidad para su gloria!

¡Cómo quisiera Yo que los obispos infundieran esas ideas, poderosas y verdaderas, más dieran esas ideas, poderosas y verdaderas, más y más en el Corazón de los suyos para que apreciaran cada vez mejor el valor inmenso de su vocación y la honra que tienen de pertenecerme de una manera tan íntima, para estremecer a sus almas de gratitud e impulsarlos vivamente a ser verdaderos sacerdotes santos!

¡Por qué lloro ante los procederes de los sacerdotes malos, de los tibios, de los indiferentes, sino porque los amo? ¿Por qué me rompen el alma sus ofensas, sus desvíos, sus decepciones de lo santo, de lo grande, su falta de fe, su hielo en mi servicio, sino porque va de por medio la honra y la gloria de la Trinidad?

Entiéndase bien que muy rara vez, y no con esta extensión, me he quejado de mis sacerdotes en tantos siglos en los que he sido martirizado por muchos con apostasías, con pecados horribles, con odio, con ingratitudes sin nombre… Y ahora si hablo, si sollozo, si pido, es para dar, es para perdonar y salvar, es para evitar ya que rueden los escándalos por el mundo es por la honra de mi Padre, del Espíritu Santo, de la Iglesia; ¡es por ellos!... ¡que me duele en lo más intimo su condenación, su perdición eterna!

Por eso clamo a quien puede y debe poner remedio; hay Obispos que verán por mi Gloria, que me aman y que remediarán muchos males, sino santificar, aumentar el caudal de virtudes y la perfección y la santidad de muchos.

Si quiero dar un impulso en la vida espiritual a las almas ordinarias, ¡cuántos más a las almas dispuestas a recibir el rocío del cielo para impartirlo después!

No sólo quiero advertir, sino santificar más y más; que la perfección en la tierra no tiene límites y alcanza el cielo. Siempre se puede crecer en las virtudes y en el amor; siempre puede el alma avanzar en los caminos del cielo; siempre puede inmolarse y merecer y unirse a Mí en grados casi infinitos, siempre puede subir. Y esto quiero de mis sacerdotes: quitar lo malo y lo imperfecto que halla y elevarlos a la sublime altura de santidad a que están llamados”.

"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXXII: Quiero reinar.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑO
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS.
(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)

XXXII

QUIERO REINAR

Quiero reinar en el mundo como Rey de paz y amor, quiero que se proclame por todo el universo mi realeza, mi dominio de caridad y de unión; quiero dominar pero con el cetro de paz, pacificando naciones y corazones; quiero reinar por el Espíritu Santo.

Mas para reinar crucificado y coronado de espinas, necesito vasallos santos que lo sean a mi imitación, que sean dignos de mi servicio; y esos primeros vasallos son y serán siempre mis sacerdotes santos, esa primera vanguardia que no me haga traición, sino que se desvele y cuide mis sagrados intereses como propios.

Esa legión de honor que constituye mi Iglesia debe levantar muy alto el estandarte de la paz que he traído a la tierra; mi Iglesia forma esa vanguardia, y cuida el trono de su Rey inmortal. Pero mi divisa es y ha sido siempre el amor, la caridad, la paz, unificando en un solo Pastor en rebaño que debe honrar con su fidelidad a mi Iglesia amada.

Mi Corazón completará su reinado a medida que tenga sacerdotes como él, humildes, puros y crucificados, santos e inmolados por la causa de su soberano que reinó sobre la Cruz.

Si quieren activar mis sacerdotes mí reinado en el mundo de las almas (que debe ser el mundo del sacerdote), deben parecerse a su Rey, imitar sus virtudes y su amor al Padre. Este reinado será universal y crecerá a medida de la santidad de mis sacerdotes. Y si Yo sólo reiné en el mundo por la Cruz, mis sacerdotes vasallos deben tener también por trono la Cruz.

Pueden fracasar muchos apostolados, menos el de la Cruz que fue el mío, el que vine a enseñar a la tierra por el propio renunciamiento; y mientras más unidos a mi estén los sacerdotes, más parecidos serán al Rey del amor, que lo fue de burlas, de sarcasmos, de persecuciones y humillantes vituperios; porque es el sello característico y divino de los que son míos, el que no se falsifica, el de la Cruz.

Y si todos los cristianos deben pisar mis huellas, con más razón mis sacerdotes, mis confidentes y consentidos; es decir, el grupo escogido de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor.

Ningún sacerdote que tome el camino de la cruz se perderá, y todos los sacerdotes que voluntariamente, que amorosamente se abracen de la Cruz, se santificarán y alcanzarán eminentes grados de unión Conmigo. Éste es el gran secreto de la santidad en un sacerdote, la Cruz; este es el gran antídoto contra las tentaciones de todas clases, la Cruz.

El gran ideal del alma del sacerdote debe ser Jesús Crucificado, y su único anhelo en la tierra debe ser imitarlo, parecerse a Él interior y exteriormente. Jesús Crucificado, su libro, su meditación, su ejemplo, su ideal y su amor; porque nada hay que atice con más actividad el amor divino como las locuras de la Cruz, a las que llegó San Pablo.

Éste es el talismán precioso del sacerdote santo, Jesús, crucificado en la Cruz, crucificado en la Iglesia por mis sacerdotes, crucificado en mi Corazón, sobre todo con dolores internos e incomprensibles, místicos pero reales. En este punto debe fijar su vida el sacerdote santo: en imitar al Crucificado que le compró con toda su Sangre, desde la eternidad, su vocación; que lo sacó de entre millares con predilección infinita y que desde toda la eternidad fue escogido por amor”.

"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXXI: Respeto humano.

Mensajes de Nuestro Señor

Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)


XXXI

RESPETO HUMANO

Muy común es el respeto humano en algunos de mis sacerdotes; respeto humano que mancha la pureza de intención que deben tener todos sus actos.

Este gran defecto, les impide mucho fruto en el desempeño de su misión en la tierra: viene generalmente de la soberbia y del burlarse a si mismos y no a Mí en todas las cosas. Y cuando el respeto humano mueve al sacerdote, todo se va al traste en el sentido espiritual, porque ese vicio empaña y mancha la pureza de sus acciones, las cuales deben ser siempre sencillas y llanas, todas de caridad sin móviles mundanos.

No solo es el respeto humano defecto que opaca las obras de celo en los sacerdotes, sino que también mancha y se infiltra hasta lo más hondo de alma hasta llevarla al pecado. Es un vicio de cobardía en mi servicio, de cierta dolorosa vergüenza de pertenecerme, que quita la libertad con que todos los sacerdotes deben defender mi causa ante pobres y ricos, magnates o plebeyos, y ante el mundo entero.

Y si este odioso respeto humano en mis fieles me lastima, ¡cuánto más en el corazón cobarde de algunos sacerdotes que llegan a avergonzarse de pertenecerme ante los mundanos y los grandes de la tierra! Esto existe por desgracia en corazones ruines, apocados que nadan entre dos aguas, que quieren servir a dos señores, que quisieran combinar las máximas del Evangelio con las doctrinas del mundo, que les falta valor para confesar a la faz del cielo y de la tierra mi Nombre bendito.

En ninguna circunstancia de la vida del sacerdote debe renunciar a serlo, retando al vicio y ensalzando la virtud; en ninguna ocasión debe darle la razón a lo malo, a lo injusto, a lo pecaminoso, a lo no recto, venga de quien viniere; sino que la rectitud debe llevarlo siempre a defender mi doctrina. El papel de Nicodemus no, no es del sacerdote fiel que debe gloriarse ante todas las miradas humanas de serlo y honrarse en pertenecerme.

A veces flaquean algunos en circunstancias especiales, por no malquistarse, por respetos sociales, por conveniencias propias, por contemporizar con ciertas personas y criterios no rectos; y esto de ninguna manera –él, menos que nadie-, debe hacerlo el sacerdote que me representa.

Y digo esto, porque los hay, y me lastiman; porque desgraciadamente el mundo también se infiltra en el corazón del sacerdote; porque el valor del apóstol, de discípulo fiel y aun de mártir suele faltar a muchos.
Estos puntos dolorosos e íntimos que parecen nada, contristan mi Corazón de amor, su delicadeza y ternura; y mi pasión en muchos de sus pasos se renueva moralmente en las fibras de mi alma, y me veo azotado, ultrajado, escarnecido, abandonado de los míos, indefenso, expuesto a burlas, traicionado y pospuesto, como entonces, a Barrabás.

Parece poco una falta de respeto humano en mis sacerdotes, y no lo es; porque lastima mi honra y mi doctrina y la santidad de mi Iglesia, invulnerable en sus principios, inconmovible en su moral y en su verdad. Y si a los míos les falta valor para sostenerla y defenderla aun con su propia sangre y vida ¿qué espero de los demás?

No quiero cobardías en mi servicio; no componendas imposibles entre el mundo y el Evangelio.
Con pretextos de prudencia se cometen en este punto muchas faltas y errores que traen dolorosas consecuencias a mi Corazón. Un sacerdote, más que nadie, debe estar firmísimo en su fe e impartirla y comunicarla hasta el heroísmo.

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Sin duda que muchas de estas cosas las saben ya mis sacerdotes: pero, ¿qué no tengo Yo derecho a recordarles sus deberes, a impulsarlos a su práctica, a ahondar en sus procederes, a quejarme en su corazón de mis espinas, a pedirles el remedio?

Es un bien que les hago a mis sacerdotes el señalarles lo que me hiere, lo que me punza, lo que lastima la finura y delicadeza y ternura de mi Corazón.

Quiero conmoverlos; quiero su perfección y santificación; y en todas mis acciones llevo siempre un fin de caridad; porque Yo no me puedo mover sin derramar perdones, luz, misericordias; y es un favor extensivo a otros el que hago al desahogar mi pecho en su alma.”

"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXX: Intenciones.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR

JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS.

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)


XXX

INTENCIONES

Otro punto en el que deben fijarse mucho mis sacerdotes es en la intención que deben hacer, no como simples hombres, sino como enviados del Altísimo, en los actos sacramentales de su ministerio.

Basta una intención que influya en el acto para que el sacramento sea válido; pero también conviene renovar la intención pura, operativa y santa en todos esos actos en los que me representan. En este punto tengo que lamentar descuidos, indelicadezas y hasta cosas muy serias en el ejercicio del ministerio sacerdotal. Pueden quedar nulos muchos actos sin esa intención de hacerlos en mi nombre. No quiero escrúpulos, pero sí que se fijen mis sacerdotes en no hacer rutinariamente y con descuido los actos de que vengo hablando.

Sólo Yo sé los descalabros que en este punto registra mi Iglesia y que no se ven, pero que desgraciadamente existen. Mucho cuidado en este punto personal del sacerdote y de tan incalculable trascendencia.

Mucho, mucho encargo este punto tan capital en mi Iglesia y del que depende una cadena de responsabilidades gravísimas. ¡Ay!... si ahondara en la vista de mis sacerdotes lo que Yo veo, lo que Yo lamento, lo que Yo suplo, lo que no puedo suplir por estar ya determinadas las leyes de mi Iglesia, que Yo soy el primero en respetar, llorarían sus almas Conmigo por las mil espinas con que punzan a mi Corazón.

Yo vine al mundo para salvarlo por el divino medio de mi Iglesia, Esposa muy amada del Cordero; y por eso le dejé mi doctrina en relación con mis ejemplos, y le dí mi Sangre, y mi vida, y mi Madre, y cuanto era y tenía un Dios hombre, un hombre Dios. Dejé trazado el camino para el cielo con mis ejemplos y mi cruz. Y para consolidar esa Iglesia amada, envié al Espíritu Santo para completar mi obra redentora y salvadora; y Él es la luz y el alma de esa Iglesia amada, obsequio para mi Padre, que vine a prepararle en la tierra, con el fin de darle adoración, almas, sacerdotes, ¡gloria!

El verbo y el Espíritu Santo obsequian al Padre con la Iglesia militante, que pasa a ser purgante y triunfante, tres en una sola, para glorificarlo. Yo, al modo de hablar de los hombres, puse mi cinco sentidos, todo mi amor, en formar esa Iglesia amada, gloria de la Trinidad. Yo formé el papado, el Episcopado y todas las jerarquías de la Iglesia con mis representantes en la tierra, para honrar a mi Padre y salvar al mundo. Y con esto se comprenderá si amaré a mi Iglesia y si me interesará la santidad de quienes la dirigen y la sirven.

La Iglesia es la puerta para ir al cielo; es el único medio de salvación en donde he depositado los tesoros inmortales. Y para manejar esos tesoros solo dignos de que los manejara Yo, puse a mis Obispos y sacerdotes, pero con la obligación de que sean otros Yo; y sólo así podía ser manejada esta hechura mía, esta Esposa pura e inmaculada, esta Madre del catolicismo que nunca se cansa de perdonar, porque me tiene a Mí que soy el perdón de Dios, el Salvador de los hombres.

En mi Iglesia tengo mi asiento en la tierra; en la Iglesia tiene sus delicias un Dios Humanado; en la Iglesia se veneran los misterios de su vida, pasión y muerte. Ella tiene mis Evangelios que son mi palabra latente y con vida. En los sagrarios estoy Yo; en los sacramentos estoy Yo que doy, que me derramo e infiltro en los corazones puros. Nada existe para Mí en la tierra más bello que mi Iglesia, que baja al purgatorio y se remonta al cielo. Mi padre la mira complacido por lo que tiene de Mí, por lo divino que contiene, por ser obra mía y del Espíritu Santo.

Por eso mismo se contrista cuando ve en la candidez de la Iglesia manchas que la deshonran; cuando contempla lastimado esa serie de puntos que he confiado para que se remedien; y su justicia se inflama cuando contempla, descuidos, rutina, desprecios e ingratitudes y deshonras en los que más ama.

Muy celosa de la Iglesia es la Trinidad, como que en ella tiene su asiento en la tierra; como que de ese manantial perenne beben la virtud, la pureza y el perdón de las almas.

¡Cómo no he de querer el ideal de mi Padre en los sacerdotes? ¡El me los pide así! Y Yo ¿Qué hago? ¿Cómo le doy gusto, Yo, que me desvivo por glorificarlo en la tierra y que sólo me quedé en ella para seguirlo obsequiando con mi Iglesia y con las almas?

Que me ayuden a conseguir ese ideal, ilusión de mi Corazón todo amor a mi Padre, inmolándose con ese fin, el de la renovación, regeneración y perfección de mis sacerdotes, para realizar el ideal de mi Padre que es, como dije, hacerlos otros Yo, desde su formación, llegando al medio día de la perfección en su santo ministerio. Ésta es mi mayor gloria, por ser la de mi Padre y la del Espíritu Santo: mis Obispos y mis sacerdotes santos.

Yo –El Verbo- y el Espíritu Santo, estamos empeñados en esta última etapa del mundo en levantar a la Iglesia con sacerdotes santos; y por este medio divino del Verbo y del Espíritu Santo con María, se hará esta reacción universal.

Vendrá una nueva redención, no por mi pasión humana, sino por mi pasión en las almas crucificadas; y un nuevo Pentecostés por el impulso vivo y ardiente del Espíritu Santo y Yo.

Pero para salvar a las almas, para incendiar a las almas, para perfeccionar a las almas, tenemos que comenzar por la raíz, que es la Iglesia en mis sacerdotes, como poderosa ayuda para la obra salvadora que va a venir, que está a las puertas.

Mi padre obra activamente, y el verbo y el Espíritu Santo también, y vendrá el fuego y el soplo divino inundará los corazones de los sacerdotes por el impulso suave y enérgico del Espíritu Santo en su Iglesia.

Yo estoy dispuesto a todo; y si me fuera dado volver al mundo y ser crucificado -¡tal es mi amor al Padre y a las almas! – lo haría. Pero se renovará y continuará esa misma pasión en las almas, porque la moneda con que se compran las gracias es el dolor.

Sufriré en las almas; expiaré en las almas y compraré con mis méritos –en las almas- la nueva era de fervor en mi Iglesia, y afinaré los elementos futuros muy ajustados al fin que me propongo para gloria de la Trinidad.

Yo moveré corazones de Obispos y de sacerdotes, que comiencen ya una vida de más fervor en mi servicio; y que cumplan mis anhelos, para que sean otros Jesús. Yo les ayudaré. Yo les agradeceré cuanto hagan con estas confidencias a favor de la Trinidad., y Yo también seré su recompensa aun en el destierro y después junto al trono de mi Padre.

Hay también pecados horribles que vomitan malicia directa contra Mí; pecados ocultos e infernales en mis sacerdotes y que consisten en practicar los actos del ministerio sin intención de que se efectúen y, con esto, quedan nulos para las almas y de consecuencias incalculables para el hombre.

Celebran sin intención y este es un pecado mortal; confiesan sin intención de absolver los pecados, bautizan sin intención de bautizar, y aumentan horriblemente pecados sobre pecados al lanzar sus infernales flechas sobre mi Corazón de amor y atravesar sus más delicadas fibras.

Estos pecados vienen de un odio intimo y satánico contra Mí; y los hay, y en sacerdotes católicos, pero renegados en el fondo de su corazón.

Preferiría el cisma en ellos a esa hipócrita hiel con que cubren, como si fueran míos, sus inicuas intenciones de ofenderme cara a cara; de retarme con su falta de fe y sus traiciones infernales.

Y estos crímenes que hacen temblar a mi Corazón de amor, sólo Yo los veo, sólo Yo los lloro y lamento en el silencio de mi lacerada alma y cubro con lágrimas ante mi Padre estos horrores de los que son míos.

Hasta allá llega la malicia infame de Satanás en algunos de mis sacerdotes que en su corazón han perdido la fe y se han entregado ocultamente a mil errores y a todos los vicios, aborreciéndome.

Sin intención del sacerdote al celebrar y al impartir los sacramentos, no operan estos ni la transustanciación, ni el perdón de los pecados; si será un horrendo crimen éste de engañar traidoramente a las almas con lo divino y de tomar lo santo con tan cínica burla, sabiendo que Yo lo veo y que apuñalan mi Corazón.

Estos son pecados de odio contra Dios y contra su Iglesia santa; pecados de quien ha renegado en su alma del carácter imborrable del sacerdote legítimamente consagrado.

¡Y estos crímenes, pocos ciertamente, pero que existen, se comprende a que grado laceran mi pecho amoroso.

Otro pecado oculto, entre muchos que acaecen, es en sacerdotes que están en pecado y que tienen a su cargo templos o parroquias y deberes que llenar; suelen decir Misa sin intención de que se efectué el sacrificio y creen con esto hacer menos mal; celebran sin celebrar. ¡Aumentan pecados sobre pecados!

Lo que tienen que hacer es un acto de contrición perfecta, celebrar debidamente, y confesarse lo más pronto que puedan.

¡Abusar del ministerio, jugar con lo santo es un crimen que merece el infierno!

¡Oh y qué limpio debe ser el corazón del sacerdote! ¡Qué lleno de Dios, y que alejado de Satanás y de sus diabólicas redes debe vivir!

¡Con qué ardor, confianza, sinceridad y pureza debe acudir a Mí en el Sagrario, a Mí en la Misa, a Mí en la oración, y a María siempre!

A esas monstruosidades, que les de dicho de hacer los actos sagrados del ministerio sin intención, los conduce la tibieza; hasta allá va a dar este vicio consentido, vivido y acariciado.

Esos sacerdotes llevan el adulterio con la Iglesia en el corazón y de ahí les nace el odio por lo puro, por lo santo, por la Trinidad; se enfrentan contra Ella, porque ella está presente en todos los actos de la Iglesia, y la retan y la desprecian.

Estos pecados enormes en su magnitud y en su castigo, se los doy hoy para ser lavados con sangre; para ser expiados con amor, y para curar esas heridas de tan negras ingratitudes con el bálsamo de la caridad. Esos horrendos crímenes y más, y más, quiero perdonarlos; me duelen, me trituran, pero mi alma se conmueve ante tanta soberbia y malicia, y busco almas que se unan a mi dolor para alcanzarles gracias salvadoras.

Yo ciertamente podría obtener todo esto con un gemido del Corazón pero tengo necesidad de almas. Estas almas no son necesarias a mi Omnipotencia sino a mi Amor”.

"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXIX: Celos.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS.

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)

CELOS

“Un punto para reformar en varios sacerdotes es el gran cuidado que deben tener en los confesonarios de no provocar celos y envidias; es muy común esto y se convierte ese lugar sagrado en ocasión de ofensas para Mí. Iras, murmuraciones, despechos, etc., se originan por el poco contacto de algunos confesores que no tienen la prudencia necesaria de poner medio entre los extremos.

Cierto que muchas veces ellos no tienen la culpa; pero son ocasión, sin embargo, de culpas ajenas que hieren mi Corazón.

Deben los sacerdotes hacer respetar los confesonarios y exteriormente, al menos, tratar con igualdad a las almas, que en lugar de llegar al sacramento con las disposiciones debidas, la contrición no aparece; y con amargura, y con decepción, y hasta con ira se acercan por salir del paso del sacramento, que cuando menos es nulo en muchas ocasiones.

El sacerdote santo debe mover a contrición y a compunción y hacer de aquel lugar de perdón y de justicia un santuario en el que se respete a Dios en el sacerdote, en el que se vea a Dios y no al hombre en el sacerdote, en el que la confianza vaya unida al santo temor de Dios.

Abusan mucho las almas buenas en estos lugares de reconciliación; y a los sacerdotes toca educarlas. Que las atraigan sólo con sus virtudes, que nada humano permitan en este trato frecuente, pero que debe ser siempre santo y desinteresado.

Nunca un sacerdote manchado debe sentarse a confesar, y antes de ocupar el lugar que Yo ocupo en persona, debe borrar hasta sus pecados veniales, elevando su alma a Dios y pidiendo a María su presencia allí, para no contaminarse con lo que llegue a sus oídos y a su corazón.

Cuando tenga que detenerse con alguna alma necesitada, que sea de ordinario cuando no lo esperan las multitudes, y aun entonces vea muy bien, dilucide muy bien y aparte lo superfluo de lo necesario, lo natural de lo sobrenatural, con mucho tino, cautela y caridad, sin dar ocasión a juicios y murmuraciones, de los cuales el sacerdote se debe librar.

Un cristal diáfano debe ser la honra del sacerdote y su conducta, en toda ocasión, no tan solo para Dios, sino también para el mundo.

No basta que sea intachable ante Dios, sino también no debe tener mucha mancha ante la sociedad, para honrar a la Iglesia a quien pertenece.

"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXVIII: Vocaciones.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS.

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)

XXVIII

VOCACIONES

El ideal de un sacerdote es ser Jesús, puro, dulce, humilde, paciente, delicado, crucificado y muy amante del Padre Celestial, del Espíritu Santo y de María.

Más para realizar este ideal se necesita que las vocaciones sean divinas, que vengan directamente de Dios; y en este punto hay que tener luz de lo alto para discernir, en los Seminarios y en los Noviciados, a la luz de la oración, a los que sean dignos de subir a los altares.

Hay cierta ligereza, a veces, en esto; hay buena fe en los Superiores, pero existen vocaciones que lo parecen y no lo son, porque se las han infundido de muy atrás, y en realidad no son vocaciones divinas. Además, una vocación al sacerdocio, aunque sea divina, hay que cultivarla y cuidarla, porque Satanás rodea de mil modos las vocaciones y las enturbia. Cuántas veces las que no lo son las atiza para un futuro fracaso que alcanza el a entender o vislumbrar; y a las vocaciones santas, al contrario, las impide de mil modos, con muchas mañas, tentaciones y ocasiones para convencer de que no existen.

Mucho tiempo, mucho conocimiento y mucha oración y discreción de espíritus necesita quien decide dar las órdenes sagradas a seminaristas y estudiantes. Todavía hasta la última hora hay que ver, formar y reformar, advertir y cerciorarse de la índole del sujeto, de sus inclinaciones y sólido fervor, de sus estudios y de sus flaquezas, de sus caías y recaídas, etc.

Que los obispos miren y remiren las almas antes de que se comprometan con Dios, a quien tienen que responder. ¡Cuánto depende de los Obispos el futuro de los sacerdotes! Que en este punto se peque de menos que de mas, porque las tristes y aun horribles consecuencias son triples: para Mí, para las almas y aun para el sacerdote mismo, aparte de la responsabilidad que contraen los Obispos con las vocaciones falsas.

Hay vocaciones divinas, vocaciones a medias y vocaciones falsas; hay que saber discernir con la luz del Espíritu Santo cuáles son las divinas y no engañarse con las que no lo son.

Los sacerdotes tienen que ir al cielo, no solos, sino con un séquito de almas salvadas por su conducto; ¡y cuántos van al infierno arrastrando también almas condenadas por su culpa!

Muy delicado es el papel del sacerdote y su misión en la Iglesia y en el campo de las almas; y por eso, cuando la vocación no es divina, se lamentan tantos descalabros, porque son a medias o falsas con que Satanás engaña.

En los Seminarios hay muchas cosas de fondo que estudiar y que corregir para un futuro santo. Desde ahí debe comenzar el futuro sacerdote a serlo, practicando las virtudes que deben después llegar a su desarrollo. Generalmente en los seminarios se puede adivinar el futuro del sacerdote, y en el criterio de los que dirigen está el velar y orar, porque estos dos elementos son necesarios e indispensables en los Obispos y encargados a cuyo cuidado están esos planteles de las esperanzas de la Iglesia.

Velar siempre y asiduamente y muy de cerca sobre esas almas, pulsar su valor y sus méritos, y a la vez orar, orar mucho, y pedir luz meridiana para ver claro, tanto el fondo de esos corazones como la divina Voluntad en ellos. Este es el punto capital de los Seminarios y Noviciados: la vigilancia y la oración.

Esto implica sacrificio, exige mucha constancia; pero todo será poco en mi obsequio en este delicado punto en el que hay mucho que reformar, si se estudia a fondo la cuestión tan delicada cuanto indispensable para mi gloria. De ahí se derivan muchos de los males que he mencionado; es el punto de la partida de grandes dificultades o de grandes bienes para la Iglesia y para las almas.

Allí se forman los héroes y los santos, allí se abastecen los corazones de piedad, de celo, de grandes virtudes. Allí tengo yo mis ojos y también mi corazón; y eso mismo deben tener allí, en los Seminarios, los Obispos: sus ojos y su corazón.

Que se examine este punto capital, porque hay mucho que desear en planteles de esa clase; y de ahí se lamentan después males irremediables y de capital trascendencia.

Yo no niego la luz a quien me la pide con humildad. Yo soy pródigo en mis gracias. Yo soy el que doy las vocaciones divinas y no las humanas y engañosas de tan fatales consecuencias. Yo soy el que premio las virtudes y los suspiros y los clamores de los Obispos amados con las divinas vocaciones para el sacerdocio, con ministros dignos, con santos que honren a la Iglesia en la tierra y sean su corona ante el Padre celestial.

Que mis obispos sean santos, que vivan del Espíritu Santo y tendrán hijos santos.

Pidan, lo repetiré mil veces, ofrezcan su alma y su vida y cuanto tienen, porque prospere la Iglesia con vocaciones divinas, con sacerdotes santos, para que el mundo espiritual se enriquezca, para que el mundo material se salve.

Quiero sacerdotes santos para que más tarde estos mismos sean Obispos santos y mi Iglesia florezca más, hermoseada por la pléyade futura que espera ansioso mi Corazón”.

"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXVII: Los pobres.


MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS.

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)

XXVII

LOS POBRES

Otro delicado punto que lacera mi alma en algunos sacerdotes, por no decir que en muchos, es el poco aprecio de los pobres como si no fueran todos, pobres y ricos, hijos de Dios. Y antes bien, la preferencia en caso de haberla, salvo excepciones, debía inclinarse a proteger a los desvalidos, a los ignorantes, a los que cargan el peso del trabajo material y que tanto necesitan de quienes los sostengan.

¡Hay muchas almas tan hermosas entre los pobres! ¡Hay almas tan dispuestas a recibir el roció del cielo, probadas por las inclemencias de la tierra! ¡Hay almas tan puras, tan sacrificadas, que se ven despreciadas por su posición social y su miseria!

No; este punto hay que remediarlo en muchos sacerdotes que solo quieren rozarse y ejercer su ministerio con la clase que brilla, que no siempre es la que me da más gloria. Para la naturaleza no es agradable ese trato con la gente pobre, ruda, sucia y poco inteligente. Pero Yo vine a salvar a todos sin distinción: a pobres y a ricos, y mi caridad prefirió a los menesterosos, a los desvalidos, a los pobres. Y Yo mismo fui pobre para atraerlos a Mí sin que se avergonzaran. Y si los sacerdotes tienen que ser Yo, la misma caridad, abnegación y humildad tienen que tener, y el mismo sentir que Yo.

Hay que atenderlos con calma y vida: hay que evangelizarlos como Yo lo hice; hay que abrirles los brazos y el corazón, abajándose para levantarlos; hay que atraerlos por el cariño y por los ejemplos para llevarlos a Mí; hay que formar el criterio y el corazón del pobre desde pequeño hasta mayor, desde la cuna hasta la muerte. Mi Iglesia es Madre, y sus sacerdotes deben tener para con los pobres entrañas maternales.

No hay que ahuyentar a los pobres con durezas y malos modos, sino soportarlos, enseñarles pacientemente el amor a Dios y al prójimo. ¿Por qué los ricos han de tener más Dios que ellos? ¿Por qué esas distinciones que los humillan y los ofenden? ¡Me duele a Mí lo que a ellos les hacen! Claro está que se les debe dar el pan de mi doctrina a su alcance; pero ¿cuántas veces se estremece mi corazón de pena ante las injusticias con que humillan mis sacerdotes a esas amadas almas! ¡Hay que educarlas, soportarlas, defenderlas, protegerlas y amarlas!

Un sacerdote debe ser todo para todos; y recuerde que Yo amo tanto a los pobres, que me hice pobre, que viví entre los pobres, que distinguí a los pobres y que a los pobres prometí el reino de los cielos. Y me igualé de tal manera con ellos, que ofrecí eterna recompensa a los misericordiosos que tuvieran misericordia, y dije que lo que a ellos hicieran, me lo harían a Mí.

Yo amo mucho a los pobres; y falta en mi Viña, en mi Iglesia, quien los ame como Yo. Hay sus deficiencias, sus grandes lagunas en este punto capital para mi Corazón de amor, y hay muchos sacerdotes culpables sobre este particular, acerca del cual llamo la atención.

Todas son almas; todas me costaron la Sangre y la Vida; a todas sin distinción de clases me doy en la eucaristía, y un mismo cielo cobijará eternamente a pobres y ricos, donde se premian virtudes y no categorías mundanas. Muy bien que en el mundo tenga que haber escalas sociales; más para mis sacerdotes no debe haber sino almas, almas que darme y por quienes sacrificarme.

Más de lo que se supone tengo que lamentar en mi religión –que es toda caridad- sobre este punto; y pido, y quiero y mando que se remedie lo que hubiere sobre este punto tan importante y que deseo remediar, que precisamente por su ignorancia, por sus malas inclinaciones, por el medio en que vive, necesita de más caridad, de doble paciencia, de grande generosidad y aun de heroicas abnegaciones.

Pero Yo sé premiar esos heroísmos con una gloria eterna. Para Mí no pasas desapercibidos los sacrificios sobre este punto tan importante y que deseo remediar. Y si lo hacen por mi amor., Yo premio esas liberalidades y vencimientos; Yo me regalo a Mi mismo con muchas formas en esta vida, con inefables consuelos, y derramo en las almas caritativas con los pobres mis más delicadas caricias.

Y no sólo los premio las limosnas para los cuerpos (que deben hacerse según las fuerzas de cada cual), sino más la limosna a las almas, los consejos a los pobres, la amabilidad con ellos, la formación de sus corazones para el cielo.

¡Cuántos de mis sacerdotes tratan a los pobres en los confesonarios con cierto desprecio e impaciencia! ¡Cuántas veces se quedan corridos y avergonzados los pobres, porque dan la preferencia a las personas de otra posición! ¡Cuántas veces esperan la comunión que a todos pertenece con humillante paciencia hasta que va otra persona rica a pedirla!

En el mismo ejercicio del ministerio se distingue la manera de hacer los bautismos, los matrimonios, los viáticos, etc., de los pobres y de los ricos; y Yo quiero llamar la atención sobre este punto que lastima la caridad de mi Corazón.

Yo busco almas, no posiciones; Yo amo las almas en cualquier escala social en que se encuentren. El Espíritu Santo no distingue. Mi Padre el sol sobre todos, y quiero que los míos me imiten y tengan un mismo corazón con todas las almas y vena en ellas sólo a Mí, porque reflejan las Trinidad cuya imagen llevan. Con este pensamiento, que es realidad, se les facilitará a los sacerdotes la igualdad en el trato caritativo y santo para con los pobres a quienes he ofrecido el reino.”

Que el Espíritu Santo y la Virgen María los transforme en otros Jesús,

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“A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Virgen Santísima.”

Os invito a todos a uniros a la oración que vuestra Madre Celeste dirige cada día al Padre, unida al Espíritu Santo, su esposo Divino: “Ven Señor Jesús”

"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXVI: Advertencias.

Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)

XXVI


ADVERTENCIAS

Hay que hacer mucho hincapié, en los seminarios y en los Noviciados, en hacer entender a los aspirantes al sacerdocio la divina sublimidad de su vocación. Hay que advertir y recalcar y ponderar los santos deberes que el sacerdote contrae y en el gran peligro de perder su alma, sino cumple su vocación. Hay que hacerles ver claramente, los calvarios a que van a subir por mi amor. Hay que advertirles muy a lo vivo las tentaciones a que van a verse expuestos y la guerra sin cuartel que les va a hacer en todos los días de su vida Satanás.

Que no aleguen después ignorancia de las tempestades que les esperan, de las amarguras que tienen que apurar, de las soledades del corazón que van a sufrir y de las persecuciones, calumnias, etc., a las que se van a ver expuestos por mi Nombre.

Pero también hay que hacerles entender bien el lado contrario. El favor insigne de predilección mía al ascenderlos al sacerdocio. Los dones especiales, y luces, y gracias, y carismas, y coronas inmortales que les esperan. Las divinas bendiciones en que se verán envueltos. LA fortaleza de Dios y el amor infinito y especial del Espíritu Santo sobre ellos. El grado divino que los elevan en la tierra sobre todas las criaturas. La gracia de las gracias y sin rival de la santa Misa. El mismo poder de Dios que se les comunica de perdonar los pecados y de abrir el cielo de las almas. La elevación a otra esfera en la tierra y en el cielo sobre el común de las gentes, etc.

Yo quiero una reacción poderosa en el clero; un cuidado más asiduo de los Obispos en la formación de las almas sacerdotales; una vigilancia mayor en los Seminarios, en los cuerpos y en los espíritus, educando sacerdotes dignos, ilustrados, humildes, compasivos y llenos de amor al Espíritu Santo y a María.

Hay que hacer reflexionar profundamente a los que están próximos a llegar al Altar en la semejanza Conmigo que el Padre les exige para confiarles lo que a mí me confió: ¡las almas! Hay que impregnarlos de la idea de que deben transformarse en Mí, ser otros Yo, no sólo en el Altar, sino siempre, y asemejarse a Mí desde muy antes de ser ordenados.

Que se den cuenta bien clara de que el Padre mismo les va a comunicar su santa fecundación para que le den almas santas a la Iglesia de Dios. Mucho recurso al Padre, mucha gratitud para con Él, deben tener esas almas de elección, predilectas de su divino e infinito amor. Y como en cada acto de ministerio del sacerdote concurra la Trinidad, deben vivir absortos en Ella, adorando, amando y bendiciendo a las tres Divinas Personas en general y cada una en particular.

Los sacerdotes más que nadie tienen filiación santa e íntima con el Divino Padre; fraternidad santa y pura con el Divino Verbo humanado, y unión profunda, perfecta y constante con el Espíritu Santo, por sus Dones, por sus Frutos, por sus luces, por su fuego divino y puro, que apaga todas las concupiscencias y los guarda.

Constantemente tiene presente el sacerdote a la Trinidad en cada acto de su culto y de su ministerio. En las oraciones que tiene por deber que rezar, muy a menudo se encuentra con esa Trinidad Santísima. Pero por desgracia, las más de las veces no piensa en Ella; con la costumbre y la rutina mecánicamente la nombra; y esto contrista mi Corazón.

Como hombre, ¡cuánto honro a la Divinidad unida a mi humanidad en la persona del Verbo! Esa humanidad la humillo ante la Divinidad, para darle gloria y atraerle por mis infinitos méritos (infinitos por lo que tienen de divino), almas y corazones que alaban a la Trinidad, tres personan en una sola sustancia. Por esto me contrista ese abandono, esa poca devoción del sacerdote al nombrar a la Trinidad y al invocarla y alabarla muchas veces con la boca y pocas con el corazón.

Yo la honro; y el sacerdote, mi representante en la tierra, la deshonra. Ya un sacerdote no debe vivir sino dentro de ese ciclo divino de la Trinidad , y de ahí tener su s delicias, y de ahí formar su cielo en la tierra, y ahí encontrar, si quiere su felicidad, su descanso, su paz, su dicha, su calma y su todo.

Que no busque nada el sacerdote fuera de la Trinidad y de María. Ahí debe fijar su vida, sus aspiraciones, el círculo de su existencia.

De ahí sacará luz, gracia, fuerza virtudes, dones y cuanto necesite. ¿Para qué buscar en otra parte lo que no hay? Ciencia, pensamientos elevados, un océano sij fondo ni riberas de perfecciones y abismos de amor, de consuelos santos y de dicha en sus amarguras tiene ahí. Todo lo tiene en la Trinidad; todo lo tiene en Mí, Dios Hombre.

¡Oh! ¡y cuánto anhelo sacerdotes según el ideal de mi Padre!

¿Y cuál es ese ideal?

Yo mismo. Sacerdotes Jesús, sacerdotes puros, dulces, santos y crucificados. Obispos Yo; seminaristas iniciados a ser Jesús. Todos enamorados, como Yo, del Padre y por las almas; todos generosos y celosos tan sólo de la gloria de Dios, mirando siempre al cielo sin descuidar los pormenores de la tierra en cuánto sean para mi glorificación. Quiero sacerdotes que me vean a Mí y no se busquen a sí mismos: quiero realizar en mi Iglesia ese ideal que me trajo a la tierra, esa perfección sacerdotal que hace sonreír a mi Padre, embelesarme de alegría y derramar bendiciones sobre el mundo.

Quiero reinar por mis sacerdotes santos; quiero millones de almas que me amen; pero atraídas por corazones puros, sin más interés que el de consolarme, glorificando al Padre por el Espíritu Santo.

La gloria del Padre es mi mayor consuelo; y como lo que más ama en la tierra son sus sacerdotes, quiero darles sacerdotes según mi Corazón, según su mente, según el ideal que llevo en mi alma y del que di ejemplo a mi paso por la tierra.

Hay mucha paja y poco grano; muchas apariencias y poca realidad; mucha superficie y poco fondo; muchas hojas y muy escaso fruto; mucho número pero pocos, relativamente, que satisfagan los anhelos de mi Corazón.

Claro que también hay en mi Iglesia mucho bueno que hace contrapeso a lo malo; pero ya estoy cansado de medianías, y el mundo, se hunde, no porque falten obreros en mi Viña, sino porque faltan buenos y santos obreros que solo vivan por mis intereses y por la gloria de Dios.

Aun en las Comunidades hay mucho que deja que desear; y quiero una reacción vibrante que se deje sentir en favor de mi Iglesia tan amada. Y esta reacción vendrá; sí, vendrá por el Espíritu Santo y por María, por el verbo, Yo, para honrar a mi Padre y reparar las ofensas que se le hacen en las Misas sobre todo, por sacerdotes indignos.

Ha llegado el tiempo de sacudir de muy hondo a muchos corazones de Obispos y sacerdotes. Ya no más esperas que me urge la salvación de las almas; y si el mundo se hunde, y si la tibieza avasalla los corazones, es porque faltan ¡ay! sacerdotes celosos y enamorados de mi cruz que la practiquen , que la prediquen, que incendien con este santo leño a las almas.

La ola de la iniquidad y del sensualismo ahoga al mundo –y ¿lo diré?-, ha penetrado hasta el Santuario y lastima en lo más intimo las fibras de mi Corazón. Satanás gana terreno, cree ya triunfar, y no es justo que mis sacerdotes duerman y se ocupen de todo lo que no soy Yo.

Por esto, de raíz tiene que venir el remedio en los sacerdotes presentes y en la nueva generación que dé a la Iglesia sacerdotes dignos, apóstoles de fuego que ardan en amor y que, por el Espíritu Santo y con el Espíritu Santo y con María, encienden el divino fuego en el mundo paganizado por Satanás.

Hay que activarse y no dormir sobre laureles, cuando el enemigo avasalla, y engaña, y hunde miles de almas en el Infierno.

Oración, Oración, penitencia y ofrecerme; ofrecer al Verbo único que pueda abrir los canales de gracias divinas y extraordinarias para las almas.

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Que nadie diga que nada se puede hacer; porque todos pueden orar, pueden mortificarse, pueden ofrecerme puros al Padre y así apresurar la hora de la reconquista de este amado pueblo…. Que es mi consentido, como llegaré a probarlo.

Pero que me hagan caso aquí y en la redondez de la tierra.

Entre otras cosas, estos cataclismos los envío para renovar la fe, y la Iglesia tiene que dar un gran vuelo en la regeneración y en la perfección de los sacerdotes”.


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“A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Virgen Santísima.”

Mi propiedad

“Si permanecéis en el jardín de mi Corazón Inmaculado, sois míos. Nadie entonces podrá arrebataros de Mí, porque Yo misma seré vuestra defensora; debéis sentiros seguros.

No temías, por tanto, ni a Satanás, ni al Mundo, ni a la fragilidad de vuestra propia naturaleza.

Sentiréis, eso sí, la seducción y la tentación, que el Señor permite como prueba, y que a la vez os da la medida de vuestra debilidad.

Pero os defenderé del Maligno, que de ningún modo puede hacer daño a los que me pertenecen.

"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXV: Aseo.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS.

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)

XXV

ASEO

Otra de las espinas que tengo en muchos de mis sacerdotes es el poco aseo en sus personas y en las cosas del culto, pero sobre todo respecto de los Sagrarios.

¡Tocar con cuerpos sucios- al celebrar, al dar la comunión- tocar, digo, al que es el esplendor del Padre, a la Pureza misma! ¡Habitar Yo, el Dios de la luz, la Limpieza por esencia, en Sagrarios sucios y posarme en lienzos manchados!

Yo, solo como hombre y en mi humildad sin término, pasaría por todo sin quejarme; pero soy Dios hombre, y Yo mismo, en cuanto hombre, sé honrar a la Divinidad mía, una con la del Padre y del Espíritu Santo. Como hombre tengo que darle su lugar a Dios; como puro hombre –si esto fuera posible en Mí-, nada exigiría, nada pediría; pero como soy al mismo tiempo Dios y hombre, exijo pulcritud y suma limpieza en lo relativo al culto divino, aun en lo material. Y aunque tengo en más aprecio la limpieza interior que la exterior, me lastima la falta de cuidado, porque implica falta de fe y falta de amor.

Me agradaría que se formara una comisión para cerciorarse de la limpieza y que cesara este mal que ha cundido más de lo que se cree. Na bastan las Visitas pastorales; Yo quisiera una vigilancia más asidua para enterarse de este punto que lastima mi delicadeza. No pido riquezas, pero si grande limpieza y aseo.

¡Si vieran las vergüenzas que paso ante mi Padre Celestial, con estos descuidos increíbles de los míos en lo que debiera ser asunto primordial de mis sacerdotes!

Los vasos sagrados a veces no serían dignos de presentarse al mundo más bajo, ¡y ahí estoy Yo, con mi Cuerpo, mi Sangre y mi Divinidad! ¡Los corporales!... ¡Cuántas veces me repugna reposar en ellos sacramentado! Las manos sucias de algunos sacerdotes me repelen; y ahí estoy, y me dejo coger, manejar, poner y quitar siempre callado y obediente, siempre en silencio, sonrojándome ante mi Padre amado ante la mirada de los ángeles que se cubren el rostro, que llorarían si pudieran al verme tratado así.

Pero aunque este trato exterior e indigno me lastima, lo que más hiere mi Corazón es la falta de fe viva en mis sacerdotes, la rutina con que se acostumbrar tratar lo santo y al Santo de los santos.

Me duele también el descuido en las rúbricas sagradas y el poco aprecio o ninguno que hacen de ellas algunos sacerdotes.

Me lastiman esas maneras tan poco finas de dar la comunión, de exponerme en la Custodia y hasta de omitir palabras que debieran pronunciar y que no lo hacen por sus prisas, por su fastidio; y administran los sacramentos (por ejemplo, bautismos, confesiones, etc.), por salir del paso, sin darles todo el peso divino y santo que los sacramentos merecen.

Y ¿de qué viene todo esto? De la falta de amor, repito; de que toman los deberes sacerdotales y santos como una carga pesada y molesta; de que no miden lo sublime de su cargo y de sus deberes para con Dios y para con las almas, de que se familiarizan con el Altar y no lo respetan ni lo dan a respetar como debieran hacerlo.

¡Ay! ¿Quién recibirá estas quejas de mi Corazón herido? ¿Quién las hará saber a quienes deben remediar estas arbitrariedades en mi Iglesia?

Muchos sacerdotes, al no amarme a Mí, tampoco aman a la Iglesia, y esto para Mí es horrible, por tratarse de sus mismos ministros en donde ella descansa. Ven como cosa de poco más o menos mi honra y abusan de sus bondades y desbordan mi Iglesia, que llora no sólo la pérdida de sus hijos, sino también el descuido inaudito y la poca finura y delicadeza con que la tratan lo que son más que sus hijos.

Y la Iglesia, como quien dice, soy Yo; y el alma de la Iglesia es el Espíritu Santo; y ni a Mí, ni al Espíritu Santo, ni al cuerpo de la Iglesia que son los fieles, les hacen caso. No reflexionan ni se hacen el cargo de la sublime dignidad y grandeza de la Iglesia. Esposa inmaculada del Cordero, Esposa espiritual también suya; y es que falta solidez, penetración, seriedad en esos corazones ligeros que no se detienen a considerar la gracia insigne y sin precio que han recibido del cielo con la vocación sacerdotal.

Pero, ¿es difícil que un sacerdote sea así con todas esas cualidades?

Difícil, no. Porque al recibir al Espíritu Santo, reciben sus Dones y quedan sus almas consagradas a Mí. Claro está que tienen que luchar, como hombres, con la tierra natural del hombre; pero por eso mismo, un sacerdote no debe vivir a lo natural, sino a lo sobrenatural y divino. Está en la tierra, pero también en el cielo; tiene que tocar el polvo, pero con alas y suficientes fuerzas para emprender el vuelo a lo alto sobre las miserias humanas. ¿Quién puede creer que Yo sea injusto y que le reclame cosas que no pueden hacer?

Al darles la vocación, al concederles la oración sacerdotal, al admitirlos a los Altares, Yo abundo y sobreabundo en gracias especiales, en gracias de estado; y por eso reclamo el servicio que me pertenece, el celo, la fidelidad que me juraron, y el amor, el amor divino del que debieran estar poseídos sus corazones.

Además, es una gran gracia para ellos que Yo reclame mis derechos, que Yo haga llegar a sus oídos mis quejas, que mi palabra dolorida llegue hasta sus corazones. Porque si pido remedio para sostener la dignidad de la Trinidad y de la Iglesia, les hago una merced muy grande, quitándoles si me escuchan, pecados, faltas, purgatorio y ¡ay! hasta el infierno.

Entiéndase que Yo no me quejo por deshonrar a los sacerdotes. Me quejo, si bien es cierto para quitar ofensas a mi Padre y al Espíritu Santo y espinas a mi Corazón, también lo hago para el bien de los sacerdotes y por la honra inmaculada de mi Iglesia, a quien se debe dar gloria, y lustre, y honor e todos los sentidos, interior y exteriormente.

Con esto, también ganarán las almas en muchos sentidos, en grandes escalas que sólo Yo veo, y se quitarán muchas murmuraciones y ocasiones de ofenderme.

Deben reaccionar todos los sacerdotes: los buenos enfervorizándose más; los tibios, recibiendo mi Palabra como el paralítico del Evangelio: -“Levántate y anda”-, activándose en el amor y el sacrificio; y los malos, llorando sus pecados y convirtiéndose a Mí.

Yo soy todo caridad y no puedo moverme sin esparcirla; soy amor y no puedo dar más que amor, y mis advertencias, y mis quejas, y aun mis castigos en este mundo, son amor, sólo amor, puro amor… Si tengo en la otra vida que usar la justicia, mi justicia entonces también es amor. Pero ¿cómo? Porque el amor todo lo perdona, todo lo olvida; pero no puede perdonar el amor la falta de amor: ésa es la única cosa que no perdona el amor…”

Que el Espíritu Santo y la Virgen María los transforme en otros Jesús,


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“A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Virgen Santísima.”

Las acechanzas de mi adversario

“Dejaos conducir siempre por Mí, hijos míos predilectos, con la mayor confianza a mi Corazón Inmaculado.

Para ser dóciles a mis órdenes, para formar mi ejército invencible, debéis resistir a las acechanzas de mi Adversario, que en estos tiempos más que nunca, se ha desatado contra vosotros.

Os quiere llevar a la desconfianza y al desánimo; os hace sufrir con su acción astuta y engañosa.

Hasta os quiere hacer dudar de que no sois ni mis elegidos, ni mis predilectos, poniéndose insistentemente delante de vuestra gran miseria y haciéndoos sentir toda vuestra humana fragilidad.

Para llevaros a la parálisis del espíritu y haceros así inofensivos, lanza contra vosotros toda clase de tentaciones.

Estad alerta, hijos míos predilectos, éstas son las acechanzas de mi Adversario.

Ésta es el arma secreta que emplea contra vosotros; es su mordedura venenosa con que intenta hacer daño a este pequeño talón mío.

Vuestra Madre quiere descubriros hoy su trama y poneros en guardia contra sus insidias.

Vosotros sois mis lirios y por eso os atormenta con imágenes, fantasías y tentaciones impuras.

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